Columnistas
Allende
Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger resolvieron que había que impedir su posesión, pues luego sería más difícil derrocarlo.
La derecha estadounidense apela con frecuencia ‘a todos los medios de lucha’, como pregonan los grupos de izquierda que emergieron de la revolución bolchevique de 1917, y cuando teme que ‘la seguridad nacional’ corre un riesgo, activa las máquinas de guerra para conjurar el peligro.
Durante los años de la Guerra Fría, los que sucedieron a la Segunda Guerra Mundial y que enfrentó a la Unión Soviética con Estados Unidos por el predominio económico, militar y político, la Casa Blanca consideró que había que echarle ojo a las naciones situadas al sur del Río Grande.
Como en Guatemala había triunfado Jacobo Árbenz, para ellos un izquierdoso abominable, orquestaron el golpe y lo tumbaron. Y años después la emprendieron contra el progresista Juan José Arévalo, padre del recientemente elegido mandatario del país centroamericano.
Pero en donde más asomaron las orejas del lobo gringo fue cuando Salvador Allende, luego de tres intentos fallidos, se hizo con el poder en Chile, con una apretada votación pero cuya victoria fue avalada por el Congreso, con el decidido respaldo de la Democracia Cristiana, partido del a la sazón presidente Eduardo Frei Montalva.
Imposible que un ‘comunista’ llegase al Palacio de La Moneda. Richard Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger resolvieron que había que impedir su posesión, pues luego sería más difícil derrocarlo. La CIA, ni corta ni perezosa, fraguó el secuestro del general René Schneider, comandante del Ejército, quien fiel a su juramento castrense apoyaba al presidente electo. La agencia gringa de inteligencia dispuso el operativo, pero algo salió mal y el oficial fue asesinado.
Allende toma posesión e inicia el primer gobierno socialista elegido en las urnas en América Latina. La Casa Blanca aprieta las tuercas porque no puede permitir que surja otra Cuba, a la que no ha podido eliminar, y lo mismo que a la isla caribeña, le declara una tenaz guerra comercial que ahoga la economía chilena. La Unidad Popular –el partido de Allende- cierra filas alrededor del presidente, pero el país polarizado se convierte en un hervidero de pasiones. Allende logra mantenerse en el cargo por tres años, con una inflación galopante y los ‘cacerolazos’ en todas las calles del hermoso país austral.
El 11 de septiembre de 1973 estaba yo en Bogotá y mi querido amigo y paisano el senador Libardo Lozano Guerrero, me invitó a almorzar, y por él me enteré, no solo del golpe de cuartel, sino también de la muerte de Allende, que ambos creímos causada por el bombardeo a la sede presidencial. Horas después supimos que el presidente había accionado la ametralladora, destrozándose el cráneo. Su discurso despidiéndose del pueblo chileno es una pieza antológica.
La terrible derecha chilena, con Pinochet al mando, inicia un régimen de 17 años sembrando el terror, pues no hubo crimen que no cometiera: asesinatos de opositores; detenciones y procesos amañados; desapariciones forzadas; justicia parcial. El fascismo en todo su esplendor. Una mezcla de Hitler, Mussolini y Franco al ritmo de cueca chilena.
Hoy Gabriel Boric se defiende como puede, y en diciembre enfrentará una Constitución de derecha, y Chile volverá al pasado, cuando haya otra DINA, y otro general Manuel Contreras, con licencia para matar.
Se cumplen 50 años de la muerte de Allende. Los demócratas del mundo le rendimos sentido homenaje de admiración.
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