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Medardo Arias Satizábal

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Aquella carta a García

Continuamos matándonos entre hermanos colombianos: ejército, guerrilla, grupos criminales, indígenas, civiles, como si la paz no fuera a existir jamás.

20 de junio de 2024 Por: Medardo Arias Satizábal

Hace doce años escribí esta columna para tratar de entender el llanto del sargento Rodrigo García, enfrentado a una turba indígena en el Cauca.

El espíritu de este texto es el mismo hoy, también la guerra; continuamos matándonos entre hermanos colombianos: ejército, guerrilla, grupos criminales, indígenas, civiles, como si la paz no fuera a existir jamás.

Quizá, sargento, recordó usted ese primer toque de diana que lo levantó muy temprano para ir al cerro Alto Berlín en Toribío, a protagonizar una presencia que le indicara a guerrilleros e indígenas que ese lugar donde las brumas bajan temprano y se oye cerca el murmullo del río, es también parte de Colombia.

Solo eso; en el parte que acata el principio de autoridad, entendió que el ánimo no era de refriega y sus soldados no dispararían un solo tiro; las barricadas con sacos de arena estaban listas desde días atrás y en la garita, así lo vio, soplaba el viento frío de la sierra contra el perfil del soldado de cara a la montaña.

De pronto vio venir a más de setecientos indígenas, como en esas películas del oeste que pudo ver allá en Neiva cuando era niño; venían armados con palos, gritos, banderas de colores, y pensó quizá qué hacía aquí, mirado como extranjero, invasor, depredador, responsable de una expoliación no resuelta desde el Siglo XVIII.

Miró su uniforme camuflado, su cantimplora, el arma que juró no usar jamás contra población civil; a veces el miedo empuja a los hombres a cometer actos de barbarie. No, ninguna provocación haría que el Batallón de Alta Montaña No. 8 respondiera con fuego. “Son demasiados”, reflexionó y se mantuvo ahí, como siguiendo mentalmente la orden del General: “No vamos a desmilitarizar ni un solo milímetro de la patria…”.

Quizá tuvo tiempo de pensar también en el concepto de ‘Patria’, de lo que significan esos tres países que por azar del destino se encontraron ahí con sus propias sagas de sangre y odio: la nación de los primeros habitantes de esta tierra que llamamos América, Cauca, Toribío, que es la misma de los Cherokees, Black Feets, Mayas, Dakotas, Incas, Lilíes, Guambianos y Sibundoyes; el territorio que reclaman ejércitos irregulares, y el que usted defiende, sargento, el que fundaron criollos hijos de españoles, el que respeta una sola Constitución y un solo puñado de leyes.

Cuando los vio venir, pensó quizá en la lección de historia de Henao y Arrubla, en la geografía aprendida en la escuela; no se habla ahí de territorios indígenas o guerrilleros independientes; por ello se mantuvo firme, con la mirada nublada por el polvo –sus agresores empezaron a lanzar tierra e improperios- y se vio de pronto izado de pies y manos, llevado fuera del lugar que juró defender, como si fuera otro fardo más de arena, de los mismos que sus soldados pusieron ahí para apagar las balas.

Fue entonces cuando empezó a llorar, y olvidó que era Rodrigo García, Sargento del ejército de Colombia, 31 años, y soltó la frase que repicó como una campana por todo el mundo: “¿Por qué los colombianos nos matamos entre hermanos?”

Llevado así, por la minga indígena, se preguntó si de verdad sus agresores eran ‘colombianos’. Ellos se definen así mismos como ‘Nasas’, hablan en su lengua inmemorial, se saben hermanos de los árboles y de los ríos y no tienen concepto de propiedad individual. Nacen creyendo que toda la tierra les pertenece.

Pero, izado, mientras afloraba la primera lágrima, usted se preguntó también por qué estos hermanos colombianos no se sienten amparados por la misma bandera y el mismo escudo que usted defiende, sargento, por qué tienen leyes propias y conviven con guerrillas que siembran coca, marihuana y amapola, y en más de 40 años, jamás han desbaratado sus barracas, ni los han echado de la misma manera que estropearon a sus soldados.

No se avergüence, sargento. Su foto va a ilustrar la portada de muchos periódicos y revistas; recuerde el trozo de un poemita que también aprendió en la escuela “que los hombres lloran como las mujeres, porque tienen débil como ellas el alma…”.

Usted no es un cobarde, sargento, usted es un héroe.

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