Columnistas
Arte, memoria y controversia
He elegido comentar hoy esta exhibición de La Tertulia porque uno de los propósitos colectivos de Nación que año tras año quisiéramos ver convertido en realidad es la construcción de una paz duradera.
El 14 de diciembre, el Museo La Tertulia inauguró la exposición ‘Huellas de desaparición’, que hace referencia a tres casos ocurridos en medio del conflicto armado del país: uno de ellos, el despojo y memoria de la tierra en un área de la zona bananera de Urabá antioqueño; el segundo, los acontecimientos posteriores a la retoma del Palacio de Justicia; y por último, las consecuencias de la colonización en áreas del Guaviare pertenecientes a los Nukak, donde distintas formas de violencia han afectado a las comunidades indígenas y los territorios selváticos.
Dado que los hechos son desgarradores, la muestra ha generado evidente e inevitable controversia entre los espectadores. Es difícil para muchos no tomar posición ante acontecimientos que son relativamente recientes, y más aún en un país que todavía padece distintas formas de violencia armada, en el que víctimas y comunidades están insatisfechas porque no se ha revelado toda la verdad, y en el que tantos crímenes cometidos por guerrillas, paramilitares y otros actores armados siguen en la impunidad.
La muestra estuvo expuesta en el Museo Miguel Urrutia del Banco de la República en Bogotá y en el Museo de Antioquia en Medellín. Es el resultado de una colaboración entre dos instituciones: la Comisión de la Verdad, mecanismo temporal extrajudicial que se creó en el marco del Acuerdo de 2016 firmado con las Farc, y la agencia internacional de investigación Forensic Architecture, en Goldsmiths, en la Universidad de Londres, que realiza investigaciones con metodologías espaciales y tecnológicas sobre violaciones de derechos humanos y medioambientales.
Este trabajo de cooperación contó con un software de investigación de código abierto, y desarrolló modelos digitales y físicos, animaciones en 3D, análisis de datos y entornos de realidad virtual. Son piezas gráficas en gran formato y resultados audiovisuales y artísticos significativos que buscan aportar a la memoria sobre formas de violencia y violaciones de derechos humanos que no deberían repetirse. En su desarrollo participaron víctimas, profesionales del derecho y organizaciones de la sociedad civil, incluidos campesinos, historiadores, científicos, geógrafos, diseñadores, periodistas, estudiantes, abogados, artistas y arquitectos.
A pesar de lo doloroso y espeluznante de las historias incluidas en la muestra, la exposición debe llevar a la reflexión sobre la importancia de conocer de manera fidedigna más temprano que tarde todo lo que se vivió en el país, porque la historia que no se cuenta se olvida. Más allá de esto, las controversias y reacciones diversas generadas por la exhibición también deben entenderse como una expresión genuina de la expectativa colectiva que existe de que la verdad histórica sobre el conflicto se construya con visión integral, esto es, que dé cuenta de todos los hechos criminales y violentos cometidos por los distintos tipos de actores armados y no solo por algunos de ellos.
Sobre todo, este tipo de proyectos de arte y memoria, y la combinación de tristeza e indignación que generan, llaman la atención sobre la necesidad de que esa historia nacional se acompañe con fallos y decisiones de la justicia acordes con la gravedad de los hechos, tanto los que se relatan en esta muestra como los otros miles que siguen sin sanción efectiva. Porque si no hay verdad ni justicia, no se acaba la espiral de violencia y quedan heridas abiertas difíciles de cicatrizar.
Al cerrar el año 2023, seguimos sin encontrar una salida a tantas violencias que padece el país. He elegido comentar hoy esta exhibición de La Tertulia porque uno de los propósitos colectivos de Nación que año tras año quisiéramos ver convertido en realidad es la construcción de una paz duradera. Múltiples gobiernos han desplegado esfuerzos para que el país avance en esa dirección; se ha logrado que algunos actores desmovilizados hoy actúen desde la democracia, pero se ha fracasado con otros que retoman las armas o que nunca dejaron de crear terror. El gran reto es no rendirse en ese propósito de solución pacífica al conflicto, que demanda verdad y no olvido; reparación y no repetición; justicia y no impunidad.
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