Columnistas
Avales contra nóminas
De acuerdo como quedaron las fichas del ajedrez la semana anterior, se viene un combate puerta a puerta en los pasillos del Congreso para captar parlamentarios que apoyen las reformas de salud y laboral.
Si el liderazgo es la capacidad de decidir rápidamente, asumir responsabilidades y enfrentar las consecuencias, difícil negar que eso fue lo que el presidente Gustavo Petro mostró cuando declaró disuelta la coalición, retomó la burocracia asignada a los partidos tradicionales y redistribuyó el poder entre gente suya. Creó un problema diferente, como sacar adelante sus reformas legales contra la voluntad de los presidentes de los partidos, lo que el gobierno enfrentará saliendo de compras de Teodolindos, Yidis y Heine Sorges que hay por montón.
No pude dejar de recordar cuando siendo presidente Álvaro Uribe Vélez acabó con la pirámide de DMG luego de un desafío que por radio le lanzó David Murcia. Acabó con ese problema, así hubiera tenido que enfrentar luego una crisis que llevó a una crisis que también resolvió. O cuando ordenó bombardear el campamento de Raúl Reyes en el Ecuador, sabiendo las consecuencias internacionales.
Intentar un análisis a más largo plazo puede ser más útil, si se tienen en cuenta todos los factores que entran en juego. Eso impide excesos de optimismo como los demostrados cuando recién obtenido el triunfo, Petro logró que los liberales, la U y los conservadores se fueran deslizando hacia la coalición de gobierno.
No creo que el presidente se haya radicalizado con el nuevo reparto ministerial. En las tres o cuatro ideas que le importan, siempre ha tenido la misma visión que unos considerarán radical, otros progresista y algunos simplemente reformista liberal. En el problema agrario, la descarbonización, la recuperación del papel del Estado en la producción y la prestación de ciertos servicios como salud y educación y el multilateralismo como política exterior, Petro siempre ha tenido básicamente las mismas propuestas. Él mismo invoca como éxitos de su alcaldía en Bogotá el mínimo vital de agua potable y la reducción de las tarifas de transporte público. Una de sus ideas era crear una megaempresa pública de servicios que integrara acueducto, electricidad y comunicaciones. No lo pudo hacer por las barreras legales que lo prohibían, pero se puso manos a la obra.
De acuerdo como quedaron las fichas del ajedrez la semana anterior, se viene un combate puerta a puerta en los pasillos del Congreso para captar parlamentarios que apoyen las reformas de salud y laboral. Aunque la tarea será dispendiosa, la mano la tiene el gobierno que tiene la burocracia que los políticos necesitan para sacar adelante candidaturas a alcaldías, gobernaciones, concejos y asambleas de aliados suyos que los apoyan cuando se lanzan a la Cámara o al Senado. Los partidos tienen el poder cosmético de los avales.
Un parlamentario no es poderoso por el aval, sino por los liderazgos locales que capta, de aliados que alcanzan el poder local y retribuyen con movilización y apoyo en las parlamentarias. Esos líderes aspiran a ascender y pasar de concejales a congresistas. En esta retroalimentación los avales son un escalón secundario.
En la ley hay muchas formas de participar en elecciones sin aval, por fuera del poder de los partidos. En las elecciones de 2022, los dos primeros en el Equipo por Colombia fueron Federico Gutiérrez y Alex Char, se postularon por firmas. El candidato conservador y el de la U quedaron en los últimos lugares. Los liberales ni siquiera presentaron candidato, primero apoyaron a Gutiérrez, luego a Rodolfo Hernández.
En la batalla que sigue el arma de los partidos para mantener en cintura a los parlamentarios será el aval, la del gobierno la burocracia. ¿Un político regional preferirá batirse en campaña agitando el trapo rojo, o la planilla de nómina de una entidad pública?
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