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Bachué
El resultado fue una escultura de 170 centímetros de alto, en granito, con los pechos desnudos, sin brazos, y con la parte inferior del cuerpo convertido en dos serpientes entrelazadas que se sostiene sobre un trozo de mar o de río...
El periodista pregunta: “¿Cuál es la mejor obra entre todas las de esta exposición?”. Rodrigo Gutiérrez, el curador de la misma, se toma su tiempo antes de responder: “Bachué, la escultura de Rómulo Rozo”. Y yo, que asisto a la presentación a la prensa de la exposición Antes de América, en la Fundación Juan March de Madrid, a duras penas me contengo para no aplaudir.
No solo porque Gutiérrez haya elegido a la Bachué como la mejor de todas las incluidas en una exposición ciertamente memorable, que incluye cerca de doscientas obras de primerísimo nivel que sirven bien al propósito de la misma de ofrecer una panorámica de los dos últimos siglos del arte en América Latina. ¡Claro que esta distinción es importante! Pero tanto o más lo es el hecho de que la misma es el más reciente episodio de la asombrosa historia de la escultura de Rozo, que empieza en 1925, cuando él, a pesar de encontrarse viviendo en París, hace suyo el llamado del grupo Bachué de decirle adiós al arte y la cultura europea y abrazar, en cambio, la propia historia.
Piensa que una manera de hacerlo es esculpir una imagen de la diosa madre de la cultura muisca, admirada hasta tal punto por los artistas colombianos que le pusieron su nombre al grupo. La demanda de una obra suya por el empresario colombiano Aníbal Moreno le ofreció la oportunidad de hacerlo. El resultado fue una escultura de 170 centímetros de alto, en granito, con los pechos desnudos, sin brazos, y con la parte inferior del cuerpo convertido en dos serpientes entrelazadas que se sostiene sobre un trozo de mar o de río, orlado por una guirnalda de peces.
Es una pieza ecléctica, un híbrido entre azteca, hindú y muisca, un pastiche si se quiere que, sin embargo, es de una presencia subyugante. Dos años después, Rozo la llevó al pabellón de Colombia en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. La situó en el centro del patio interior y la complementó con altorrelieves en la fachada, cornisas y remates de las columnas. Al finalizar la Expo, Rozo la llevó de nuevo a París para restaurarla y luego se perdió su rastro.
Su reaparición pública se daría en Bogotá en 1997, gracias al historiador del arte Álvaro Medina, quien luego de años de búsqueda la encontró en Barranquilla, donde estaba desde 1959 en el apartamento de Ricardo Moreno, uno de los herederos Aníbal Moreno. Finalmente, la adquirió José Darío Gutiérrez, que en 2008 la incorporó al Proyecto Bachué.
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