Columnistas
Bandola
Así empezaron a promover lo que se llamó ‘Encuentro de las nuevas expresiones de la música andina colombiana’ en la casa de la cultura de Sevilla.
El grupo Bandola se convirtió en sinónimo de Sevilla, y esta población cafetera a su vez, suena a Bandola. Ellos no sueltan el tiple. Sus integrantes avanzan en la consolidación de un proyecto musical que tiene la simpatía de muchos colombianos y extranjeros. Responsables de la apertura hacia esa nueva sonoridad del pasillo y el bambuco.
Julián Gil es recordado hoy en Sevilla como ‘el alma’ de la agrupación, la misma que durante muchísimos años ha llevado por el país y el exterior el nombre de la nación en su música, en los aires andinos, particularmente los que distinguen esta zona del Valle del Cauca. Gil falleció en abril de 2017 en un absurdo accidente de tránsito, mientras conducía su motocicleta. Contaba 53 años.
Era docente en una institución entre Sevilla y Caicedonia y durante quince años ese fue su medio de transporte. Jamás tuvo un percance hasta el fatídico día de abril. Tocaba las quenas, las zampoñas, la flauta traversa, las armónicas. Iba como el viento entre las notas de una música que siempre amó entrañablemente.
Bandola ha logrado altísimos niveles de calidad artística y anualmente lleva hasta Sevilla grupos nacionales y extranjeros, en un festival que coincide en sus fechas con el Petronio de Cali.
Toda la municipalidad se prepara con suficiente tiempo para recibir a quienes aman la música de tiple, bandola y guitarra, hoy en formatos modernos, con letras que ya no cantan exclusivamente al paisaje eglógico, sino que se remontan a las vicisitudes urbanas.
Rodrigo Muñoz, Óscar Gallego, María Elena Vélez y Julián, fundaron el grupo en 1982, y esta alianza musical fue creciendo al tenor del talento musical familiar. Al momento de fallecer Julián, Bandola estaba integrado por ocho artistas.
La creación de Bandola coincidió con el aniversario número 50 del Colegio General Santander de Sevilla, del cual egresaron, entre otros, Lizandro Duque, Álvaro y Julián Rodríguez, Edgard Gallego. José María Velasco Ibarra, expresidente de Ecuador, fue rector de este colegio. Uno de sus estudiantes más destacados fue también Héctor Abad Gómez, padre del escritor de la obra ‘El olvido que seremos’, condiscípulo de José Cardona Hoyos en el mismo plantel.
Los invitaron a cantar en ese momento tan especial para la ciudad, y Rodrigo Muñoz considera que ello fue todo un ‘espaldarazo’, pues apenas acababan de montar unas canciones.
María Elena dice que cuando bautizaron el grupo con el nombre de bandola, nunca pensaron en el instrumento. Lo hicieron porque “éramos una banda musical, una bandola; andábamos juntos para arriba y para abajo. Nos nutríamos de mucha música latinoamericana, porque veníamos de la universidad donde los cantores de Chile estaban a la orden del día. Estudiábamos en Armenia y hasta ahí venían estudiantes chilenos que nos traían esa música de la que nos enamoramos; Mercedes Sosa, Inti Illimani, Quilapayú, el Quinteto Tiempo, Víctor Jara. Cantábamos en los sindicatos de trabajadores, en las universidades, en el movimiento estudiantil. Pero fuimos conscientes que también debíamos interpretar canciones del repertorio colombiano. Luego ya hicimos nuestras propias composiciones; como vivimos juntos mucho tiempo, estas melodías fueron de creación colectiva. Así nacieron ‘La Bogadera’, ‘El Árbol Amarillo’, ‘Listos para la foto’, ‘El Tumbis Tumbis’. Le cantamos a nuestro entorno, y para sorpresa, muchos grupos de danza han montado estas creaciones”.
Óscar Gallego dice: “Para nosotros ha sido muy importante la participación en el Festival Mono Núñez de Ginebra. Ganamos el Primer Premio en 1989; vamos todos los años, pero ya fuera de competición. En alguna ocasión fuimos descalificados porque llegamos con canciones nuevas, y fue cuando pensamos en hacer un festival en Sevilla, donde esas expresiones novedosas del folclor colombiano pudieran tener cabida…”.
Así empezaron a promover lo que se llamó ‘Encuentro de las nuevas expresiones de la música andina colombiana’ en la casa de la cultura de Sevilla.
Le pregunté a Rodrigo Muñoz acerca de si el pasillo y el bambuco deben mantenerse en sus formas tradicionales, o, por el contrario, debe abrirse a las tonalidades urbanas, y esto dijo:
“Existe un criterio mal planteado, en el sentido de creer que la bandola encarna música de viejos, pero es necesario ver cómo hoy muchos jóvenes le han dado aires modernos a este instrumento, una vibración nueva. Creemos que la cultura no es estática, y aun desde sonidos modernos podemos seguir haciendo tradición”.
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