El monumento
Ignorar la importancia de reconstruir el monumento original, más que apenas restaurar sus esculturas, lo que señala en el fondo es que ya no se aprecia la comarca en tanto paisaje.
De nuevo otra equivocación con el monumento a Jorge Isaacs, que no a ‘La María’ como muchos insisten en llamar equivocadamente a la novela pese a que su título es ‘María’ desde 1867 cuando se publicó por primera vez; ni tampoco lo es a ‘Efraín y María’. Esculpido en mármol blanco de Carrara por Luis A. Parrera e inaugurado en 1937, luego de algunos cambios, como quitar la verja que lo rodeaba, la primera burrada que sufrió fue desbaratarlo y ponerlo dentro de un estanque pegado al Puente Ortiz, ahí sí ‘cambiándole la cara’ al monumento del todo, como se quiere hacer a cada rato con la ciudad, y motivo de aplausos ignorantes o inducidos por la propaganda engañosa.
Ahora lo restauran en lugar de antes regresarlo a su sitio original, como ya se propuso en esta columna (País Cali, 29/06/2006), y en las condiciones con que fue concebido, ubicando el busto del escritor arriba de un alto pedestal, y de tal manera que caminando a su alrededor se pudiera apreciar desde todos los ángulos. Pero desde luego la verja ya no lo protegería del vandalismo, al que se vio expuesto junto al Concejo, y habría que separarlo con un anillo de agua lo que además lo destacaría más al duplicarlo con su reflejo, al que por supuesto habría que vigilar para que no lo usen para bañarse, como otras fuentes, en ausencia de un río Cali que todos solían disfrutar sancocho incluido.
Lo indiscutible es que los monumentos son para inmortalizar o glorificar algo, como lo dice Félix de Azúa de la gran arquitectura (‘Diccionario de las artes’, 2002), ya que, escribe Leonardo Padura, “creer que se ha vivido al margen de la Historia, o pretenderlo, resulta un absurdo” (‘La transparencia del tiempo’, 2018, p. 122) ya que “el pasado suele resultar pegajoso” (p. 49). Pero el problema es que en Cali como en Camprodón, al inicio de la Guerra Civil en España, “todos [saben] algo y nadie [sabe] mucho” (p. 115) y por eso poco interesa este asunto, y de ahí lo pertinente de insistir en señalar ese absurdo histórico -ignorar las tradiciones- que tanto daño le ha hecho a esta ciudad.
María es el paisaje idílico de la comarca, y de ahí el monumento a su autor, pero que ahora lo están quemando para invadirlo. O talando, para permitir construir-destruir, como el ‘Leñalosa’ de Vladdo en Bogotá (Semana 09/09/2018), diciendo que los árboles están enfermos. Y, como en el exparqueadero de la Plaza de Toros, rodeando cínicamente el terreno con vallas de verdes y grandes hojas artificiales, y no faltará el que proponga que después se pasen a las fachadas del centro comercial que allí se construye, lo que hasta sería una buena idea si fueran naturales, pero es que ahora muchos ni siquiera las distinguen, como igual creen que la leche sale de una fabrica pues ya no ven vacas.
Y lo cierto es que de la misma manera que se disfruta mucho más La Habana leyendo a Padura, antes o después, mas por supuesto no durante la estancia allí, para gozar a fondo de este bello valle nuestro que aún queda, ayuda mucho leer María. Por eso ignorar la importancia de reconstruir el monumento original, más que apenas restaurar sus esculturas, lo que señala en el fondo es que ya no se aprecia la comarca en tanto paisaje, y como si lo de progreso, desarrollo y modernidad, mal entendidos, no causaran además la destrucción de la naturaleza misma, y en consecuencia el trastorno climático que nos amenaza, que algunos todavía niegan pues no les conviene que se sepa.
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