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Intimidad en casa

La privacidad en casa comienza con ocultar su interior a las miradas indiscretas de los vecinos inmediatos y de los transeúntes de la calle, y evitar el ruido ajeno que generan.

17 de agosto de 2022 Por: Benjamin Barney Caldas

El filósofo y profesor universitario Miguel Catalán recuerda en su libro La antropología de la mentira, 2014, que el Diablo Cojuelo de Luis Vélez de Guevara levanta los tejados de Madrid para mostrarle al estudiante Cleofás los íntimos secretos que ocultan, y explica cómo el tejado desempeña desde la antigüedad la función protectora de la intimidad doméstica. Y más adelante indica que: “La convergencia etimológica de tectum (encubierto) con tectum (tejado) sugiere que la casa donde el hombre se halla a resguardo de todos los peligros [...] encubre también sus apetencias más ocultables”, (p. 118) y que su jardín es “una sucursal terrena de la morada divina” (p. 133).

La privacidad en casa comienza con ocultar su interior a las miradas indiscretas de los vecinos inmediatos y de los transeúntes de la calle, y evitar el ruido ajeno que generan. Lo primero se logra fácilmente con persianas venecianas en las ventanas o celosías indígenas, metálicas o de madera pero horizontales, muy apropiadas para los climas calientes o medios del trópico pues dejan pasar la brisa y permiten mirar hacia fuera pero no lo contrario, con respecto a lo segundo ya es un problema pues estas dejan entrar los ruidos por lo que hay evitar los propios y recurrir a exigir el respeto de los vecinos para que eviten generar ruidos ajenos, tan molestos para la intimidad de los otros.

La entrada a la casa cobra entonces un papel muy importante con relación a su privacidad. Al respecto, el mandato de los versículos 4 y 5, del capítulo XLIX de El Corán, conocidos como El Santuario, indican que: “El interior de tu casa es un santuario: los que lo violen llamándote cuando estás en él, faltan al respeto que deben al intérprete del cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige”. De ahí la pertinencia de los antiguos zaguanes y vestíbulos para que los visitantes esperen o sigan sólo cuando se los invite a hacerlo, y en los apartamentos contar al menos con un pequeño espacio de entrada. Entrar a una casa es entrar en la vida de sus ocupantes.

Ya adentro de la casa igual hay espacios en ella que demandan privacidad y no apenas los baños, cocinas o lavanderías; también la precisan las alcobas y los sitios para trabajar, estudiar, leer, oír música, ver cine, hacer ejercicio en casa y demás. Y lograr dicha privacidad exige que las áreas con dichos propósitos se puedan aislar cuando se lo precise, pero sin impedir que también se puedan utilizar con otros fines en otros momentos, para lo cual son muy útiles las grandes puertas de correr ya que permiten generar diversos ámbitos además protegidos de cualquier intromisión visual, acústica u olfativa, ya sea para independizar una actividad cualquiera o para no manifestarla.

Finalmente, está el asunto de querer ocultar discretamente la verdad del carácter de la casa, tanto en su exterior como en su interior, o por lo contrario mentir sobre el mismo disfrazándola en busca de estatus social dejando a un lado los derechos, deberes y estilo de vida concomitantes. “En términos puramente pragmáticos, decir la verdad es simple, en tanto que mentir resulta más complicado”, concluye Miguel Catalán, y recuerda que ya Erasmo de Rotterdam señaló que la verdad es simple y el error, en cambio, fecundo (p. 42). Indiscreciones altisonantes que pueden ser solo ingenuas o tergiversar el carácter de una calle y repetidas negativamente el de un barrio.

Sigue en Twitter @BarneyCaldas

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