¿Esto es arte o no es arte?
Cali está en permanente creación, llena de interpretaciones que para unos son manifestación artística y para otros vandalismo.
La obra tuvo que ser retirada, era apabullante, llenaba un salón de la bienal de artistas colombianos en Corferias. No era una escultura gigante ni la grieta profunda que Doris Salcedo instaló en el piso de la galería Tate Modern en Londres. Esta era agobiante, un audio que sonaba permanentemente por los parlantes en el que dos voces repetían: esto es arte, esto no es arte, esto es arte, esto no es arte. Al rato los asistentes no soportaban la eterna discusión, la misma que se da al recorrer Cali. Cali como una obra de arte abierta, libre a las interpretaciones, como la definición de la Real Academia de la palabra arte: “Manifestación de la actividad humana mediante la cual se interpreta lo real o se plasma lo imaginado con recursos plásticos, lingüísticos o sonoros”.
Cali está en permanente creación, llena de interpretaciones que para unos son manifestación artística y para otros vandalismo.
El paro nacional, hace dos años, transformó varios puntos en centros de discusión sobre lo que es y no es arte. Para empezar, el monumento a Sebastián de Belalcázar, considerado símbolo de Cali y a la vez recuerdo de tiempos violentos. Su derribo fue un ‘performance’ ejecutado magistralmente por los indígenas Misak en el que se logró una reacción a favor y en contra, una discusión de año y medio en la que finalmente fue restituido con una placa adicional y el contexto en el que vivió el homenajeado, la novela completa con derribo, discusión, restitución e intervención se convirtió tal vez en la obra de arte más importante de los últimos tiempos en Cali y eso que la estatua tiene 86 años.
El otro extremo está en las puertas del distrito de Aguablanca, en Puerto Rellena lugar que terminó rebautizado como ‘puerto resistencia’ e intervenido con el levantamiento de un gigantesco brazo, monumento a la resistencia, que se debate entre una obra artística que reivindica la protesta social y en mera ‘estructura’ de cemento que recuerda, al igual que Belalcázar, días violentos. Dos obras, dos novelas, dos reacciones que terminaron, una en la reafirmación como identidad de la ciudad y la otra en el nacimiento de un referente geográfico.
Tras dos años del levantamiento que partió la estética y la historia de la ciudad ya es hora de intervenir los muros de la Calle Quinta, todas las paredes entre la Primera y la Quince, estas manifestaciones artísticas o vandálicas según los ojos de quien las vea ya cumplieron su cometido y deben dar paso a nuevas acciones estéticas porque como la obra sonora de Gilles Charalmbos en aquella bienal de Corferias son atronadoramente insoportables con la pregunta: eso es arte o no es arte.