Columnistas
Cambio de Tercio
En el voto popular, donde Trump perdió frente a Hillary en 2016, obtuvo un cómodo triunfo de tres millones de ventaja.
Esta vez no se habló de trampa ni de fraude, y no se menciona la intervención de ‘hackers’ rusos. No hubo voto oculto ni necesidad de reconteos. Donald Trump y el Partido Republicano sorprendieron al país y al mundo con una enorme paliza a Kamala Harris y una aplastante victoria en el Congreso. El voto popular, el conteo del colegio electoral, el Senado y la Cámara se pintaron de rojo republicano, generando un cambio profundo de gobierno, y una carta blanca para tomarse el país con poca oposición. Los números dicen todo: De los 538 votos electorales, su partido tuvo 312 y el de Kamala 226. En el Senado ganaron 53 contra 47 demócratas. En el voto popular, donde Trump perdió frente a Hillary en 2016, obtuvo un cómodo triunfo de tres millones de ventaja.
Con su victoria rápida y directa se evitaron las protestas callejeras y al día siguiente muy temprano se abrieron las ventanas cerca de la Casa Blanca, protegidas con madera por si había pelotera. Trump no tardó en empezar a mandar y anunciar a algunos de sus ministros y asesores. Al cierre de la semana, sostuvo la reunión con Joe Biden, un encuentro que demostró que, a pesar de los insultos mutuos, el país es capaz de una transición democrática y sin dramas.
La composición de su equipo no sorprende. En la mezcla hay senadores conocidos como el candidato a canciller, Marco Rubio, y figuras polémicas como Pete Hegseth, presentador de la cadena FOX como secretario de Defensa, y el congresista Matt Gaetz investigado por delitos de tráfico humano como en Justicia, que subrayan el lado radical y revanchista del nuevo presidente. Sus amigos millonarios Elon Musk y Vivek Ramaswamy tendrán un cargo inventado de gestión de eficiencia del gobierno. Otros, como Robert F. Kennedy Junior, que no cree en las vacunas, fue nominado como secretario de Salud, una noticia que ha creado rechazo incluso entre los senadores republicanos, a los que les corresponde aprobar el gabinete. A pesar de estos nubarrones, Trump tiene carta blanca para gobernar con y como quiera.
No han faltado los análisis de las fallidas encuestas y el tremendo resultado. Hay razones lógicas para la derrota: la insistencia de escoger como candidato a un Biden incapaz de gobernar, la precipitada campaña de Kamala que no pudo separarse de su jefe para plantear una agenda de cambio, y la falta de respuestas sobre su plan de gobierno. El equipo de Harris no entendió que los votantes, como en tantos países, querían un cambio. Que lo importante no era la agenda progresista sino la inflación, los precios de los alimentos y la vivienda y el empleo. El partido de la clase media de Clinton se convirtió en un movimiento de la élite intelectual enfocado en los temas sociales y de género, mientras el partido de Reagan y Bush acaparó a la golpeada clase media. Esta plataforma resultó atractiva también para los votantes hispanos y afroamericanos, e incluso las mujeres que tanto irrespeta Trump.
Es un momento difícil para los demócratas, que tienen la doble tarea de hacer contrapeso a la impredecible agenda de Trump, y también buscar algún consenso de país. Tienen cuatro años para lograrlo. Lo más urgente es que sus líderes -si los hay- empiecen ya un ejercicio de reflexión del partido, que perdió el rumbo en un torbellino de causas que, aunque válidas, no son una propuesta de país ni un paraguas para arropar a un país dividido, golpeado y diverso.
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