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Campanazo
Impulsar la producción y el consumo de gas natural es un imperativo si no queremos a la vuelta de unos años quedarnos sin gas o depender del importado que sería más costoso.
Coincidió el desabastecimiento de gas natural en el suroccidente del país con el informe de reservas y recursos de petróleo y gas de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, ANH, del 2022. Siendo cierto que el corte del suministro se debió a una causa externa, de la naturaleza, y sin relación con el informe del Gobierno, se encuentran en un aspecto crítico sobre el que se debe reflexionar: la seguridad energética.
Superada la emergencia en el sur del país, gracias entre otros, al extraordinario trabajo de la Transportadora de Gas Internacional, deben impulsarse medidas regulatorias de respaldo y confiabilidad, que faciliten el almacenamiento estratégico, mecanismos de regasificación de respaldo y en algunas zonas interconectar las redes para no depender de un solo gasoducto, algo similar al Sistema Interconectado Nacional de Energía, SIN.
Lo anterior, sin embargo, demanda inversiones cuantiosas que solo se darán si se le apuesta con determinación al gas natural. No ocurrirá si no se masifica más el consumo, si no se toman medidas urgentes para viabilizar los descubrimientos en el mar Caribe y si se frena la exploración futura de gas. Se requiere entender que Colombia y el mundo demandarán gas natural por décadas y que sin éste no hay transición ni seguridad energética.
Lo que nos lleva al informe de reservas de la ANH. El país cuenta con descubrimientos importantes de gas natural costa afuera pero aún no son viables y la realidad es que, las reservas probadas del hidrocarburo cayeron 11% alcanzando el punto más bajo en 17 años. Con un dato preocupante, esa caída se dio en un año (2022) en el que, por los altos precios del petróleo y el gas natural, era de esperar un incremento en las reservas probadas.
Cuando los precios son altos se viabilizan proyectos costosos y cuando son bajos sucede lo contrario. Es decir, con precios altos lo previsible era una reclasificación técnica de reservas al alza: que reservas con menor probabilidad de ser comercializables lo fueran, que se convirtieran en ‘probadas’. No pasó, entre otras razones, porque el petróleo y el gas que se fue consumiendo no se remplazó en igual proporción, por falta de más exploración.
En el 2021 se incorporaron a las reservas 28 millones de barriles de petróleo y 80 Giga Pies Cúbicos de Gas, GPC, con un precio promedio equivalente de US$70 el barril. Y en el 2022, con uno de US$105, solo se incorporaron 6 millones de barriles y 36 GPC de gas. Por eso, las reservas cayeron y el tiempo proyectado de las mismas quedó en 7,5 años para crudo y 7,2 años para gas natural. ¡Qué tal que el precio hubiese sido menor!
El Gobierno dijo que iba a esperar el informe para examinar la política exploratoria y que el tiempo de la transición energética estaría condicionado a una “transición exportadora, a una economía más diversificada y menos dependiente del petróleo y el carbón y, la sostenibilidad fiscal y macroeconómica del país”. Quien diga que las reservas están bien y que la triple transición señalada se realizará en siete u ocho años está fuera de la realidad.
Por eso, no es momento de aferrarse a dogmas y posiciones intransigentes. Más, cuando no se contrapone avanzar en una transición energética ajustada a la necesidad del país con garantizar su seguridad energética, económica y fiscal a largo plazo. La lógica indica que debe hacerse un alto: avanzar en lo que se está haciendo bien y corregir lo que está mal. Impulsar la producción y el consumo de gas natural es un imperativo si no queremos a la vuelta de unos años quedarnos sin gas o depender del importado que sería más costoso.
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