Columnistas
Ciencia y futuro
Cuando vemos la Tierra desde el espacio, nos vemos a nosotros mismos en conjunto; vemos la unidad y no las divisiones. Es una imagen muy simple, pero con un mensaje persuasivo: un planeta, una raza humana.
El muy rápido desarrollo de las ciencias a lo largo del siglo XX, facilitó el que en tan poco tiempo la población humana del planeta Tierra pasara de unos 2000 millones en 1927, a más de 8000 en 2024, más de la mitad viviendo en ciudades; y el consiguiente desarrollo de las técnicas llevó a las armas de destrucción masiva y disparó el consumismo a gran escala que ocasiona la gran mayoría de los gases de efecto invernadero que llevan a las amenazas a la especie humana debidas al cambio climático. Situación del destino de la humanidad que paradójicamente solo pueden paliar en el futuro inmediato esas mismas ciencias del pasado si pasan ahora a ser responsables de su presente.
En ‘Sobre el origen del tiempo / La última teoría de Stephen Hawking’, 2024, de Thomas Hertog, colaborador de Hawking, en el último capítulo, y el único fácil de leer, titulado ‘En casa en el universo’, se recuerda que Hannah Arendt, ya en 1963, “proseguía sopesando si la libertad humana se ve amenazada a medida que adquirimos, cada vez más, la capacidad de rediseñar y controlar el mundo, desde nuestro entorno físico y el mundo vivo a la naturaleza de la inteligencia”. (p. 321). Y que atribuía los excesos sociopolíticos a la corrosión social debida a la pérdida de un sentido de pertenencia al mundo y del reconocimiento de que todos estamos vinculados en él (p. 322).
Hannah Arendt, nos recuerda Thomas Hertog en dicho capítulo, consideraba que si bien las ciencias habían tenido beneficios para la humanidad, habían sido la antítesis del humanismo; y que el abandono de nuestras raíces terrenales, que, pensaba ella, es el sello distintivo de la ciencia moderna, también han abierto un abismo entre nuestras ambiciones humanas y el funcionamiento de la naturaleza (p. 322). Toda una amenazante e inesperada paradoja, concluye Hertog, ya que: “En nuestro intento de hallar la verdad última y obtener el control absoluto sobre nuestra existencia como humanos en la Tierra, nos arriesgamos a acabar siendo más pequeños, no más grandes”. (p. 324).
Cómo dice Thomas Hertog, la nuestra es una época peligrosamente precaria, y a continuación señala que: “Los riesgos existenciales creados por el ser humano, desde la proliferación de armas nucleares y el calentamiento global hasta los avances en biotecnología e inteligencia artificial, superan de lejos a los que suceden de manera natural”. Y agrega que el astrónomo real de Gran Bretaña, sir Martin Rees, “ha calculado que, si tenemos en cuenta todos los riesgos, solo hay un 50 % de posibilidades de que alcancemos el año 2100 sin sufrir un retroceso catastrófico”. “Y en esa misma dirección también apunta el Instituto para el Futuro de la Humanidad de Oxford”. (p. 336).
Y, para terminar en ‘En casa en el universo’, título ahora más que evidente, Thomas Hertog recuerda que Stephen Hawking dijo que: “Basta con mirarnos a nosotros mismos para comprender cómo la vida inteligente podría desarrollarse hasta un estado que no querríamos conocer”. (p. 337). Y su despedida en 2018 lo resume todo: “Cuando vemos la Tierra desde el espacio, nos vemos a nosotros mismos en conjunto; vemos la unidad y no las divisiones. Es una imagen muy simple, pero con un mensaje persuasivo: un planeta, una raza humana. Nuestras únicas fronteras son la forma como nos vemos a nosotros mismos. Deberíamos convertirnos en ciudadanos globales”. (p. 340).