Columnistas
Cómplice
¿Qué se pierde y que se gana con un matrimonio si es claro que el amor cambia, los integrantes de la pareja evolucionan, las circunstancias mueven los vínculos afectivos?
Un paciente de 34 años me preguntó en consulta cuál podría el plus que ganaría aceptando comprometerse con su pareja, asumiendo la responsabilidad legal, social y económica de una relación, cuando así como están viviendo es ‘perfecto’. El modus viviendo ‘perfecto’ implica dormir con ella, cada quien maneja sus gastos, tener la libertad de salir con amigos y amigas cuando quiera, no dar cuenta y razón de sus actos, no tener que consultar decisiones, disfrutar de compañía amorosa ‘a la carta’ y vivir al día.
Pueden continuar o terminar en cualquier momento, sin dramas o separaciones legales. Sin vínculos de compromiso es fácil deshacer lo que se está viviendo. ¿Por qué perder todos estos beneficios escalando su relación a la categoría de novios, esposos o pareja? ¿Qué más pueden obtener de ella, si la zona de confort está servida? Tengo por igual las ventajas de la soltería y las no ataduras de una pareja. ¿Para qué comprometerme?
Inquietud que no solo es de mi paciente, sino de una gran cantidad de jóvenes hoy en día. ¿Cuál es el sentido del matrimonio o del compromiso? ¿Cuáles son las ventajas de una relación formal si muchos de ellos han percibido ‘la trampa’ en que viven sus padres ‘atrapados’, o secuestrados por el vínculo matrimonial? ¿Qué se pierde y que se gana con un matrimonio si es claro que el amor cambia, los integrantes de la pareja evolucionan, las circunstancias mueven los vínculos afectivos? Entonces, ¿tiene sentido construir “para toda la vida” cuando nada permanece o es para toda la vida? La reingeniería que tiene que afrontar la institución matrimonial es obvia y es absurdo negar su profunda crisis. ¿Será su final?
Toca hablar entonces del amor, de su vivencia y de su significado. El amor no es encontrar una pareja, sino construir una relación. Y es en esa construcción donde radica la magia del vínculo. No busco pareja para que me haga feliz, ni para que me mantenga, ni para juntar capitales, ni por los apellidos, ni porque conviene. Me atrevo a construir, intentándolo cada día con el riesgo de hoy tenerla y mañana no. Por ello debo estar atento, vigilante de lo que significa y de lo que energéticamente voy ligando.
¿Qué es aquello que se vuelve indispensable al convivir con esa persona, cuál es el sentido de su existencia a mi lado sino la necesito para nada? Se puede vivir sin ella, pero elijo vivir con ella. No la requiero en mi cotidianidad, pero es el aire que respiro. Las ‘mariposas en el estómago’, iniciales, se reemplazan por complicidad, aquella sensación de estar ‘conectados’ con alguien que entiende tu mirada, capta tu sentir, vibra con tu emoción. La mirada de dos cómplices es un lenguaje secreto que solo ellos dos captan. Y es indescriptible la plenitud que aporta a tu existencia encontrar al cómplice de tu vida.
A mi paciente le expliqué que esa complicidad solo la da el tiempo y el compromiso personal y diario de continuar juntos. Vivir con alguien no es lo mismo que ser cómplices. Entonces, si logras trascender y construir la complicidad, desde tu seguridad, no desde tu carencia, reconócete como un privilegiado. Complicidad como quien perpetúa un delito porque somos capaces de amarnos transgrediendo lo cotidiano. Si tu mirada adivina el sentir del otro, si conectas con su energía, ya tienes un cómplice… y vale la pena vivir para conseguirlo.
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