Columnistas
Conciencia ciudadana, poder transformador
Para muchos ciudadanos, las épocas electorales se han transformado en una especie de ‘temporada de promesas’ en la que los candidatos se esfuerzan por ofrecer lo que parece ser el mundo...
En la antesala de otra temporada electoral, no podemos sino ser testigos nuevamente de las dinámicas que caracterizan nuestra región del Pacífico. No sorprende la recurrente búsqueda desesperada de votos, marcada por la compraventa de voluntades y la persistente sombra del clientelismo. Estas prácticas, que se han arraigado en las estrategias políticas tradicionales en varios territorios de nuestra región, parecen inquebrantables.
En el panorama de los procesos electorales en ciudades como Tumaco, Buenaventura y Quibdó, lugares que merecen un futuro mucho mejor, vemos una amalgama de candidatos y candidatas que se presentan para cargos públicos relevantes en la región. Algunos muestran una encomiable voluntad, pero carecen de las oportunidades genuinas para triunfar. Otros gozan de un respaldo político aparentemente sólido, pero están notoriamente desprovistos de la preparación y la visión necesaria. También tenemos a aquellos que, a pesar de sus compromisos en otras esferas, su desempeño en el servicio público a menudo pasa desapercibido o resalta por su inacción. Y finalmente, encontramos a quienes parecen postularse solo para agravar la difícil situación de nuestras comunidades, ya sea por su cuestionable historial político o por sus evidentes intereses personales en las arcas públicas.
Para muchos ciudadanos, las épocas electorales se han transformado en una especie de ‘temporada de promesas’ en la que los candidatos se esfuerzan por ofrecer lo que parece ser el mundo, con la esperanza de ganar votos. Sin embargo, no podemos eludir el hecho de que gran parte de la situación de pobreza y carencia de oportunidades que enfrentamos en numerosos territorios del Pacífico tiene sus raíces en la gestión del gasto público a lo largo de los años. Las instituciones políticas en estas áreas, representadas por ciertos partidos políticos tradicionales, han sido infectadas por la corrupción, vínculos con grupos ilegales y una manifiesta resistencia al cambio en sus liderazgos, que son esenciales para la toma de decisiones que puedan conducir a un cambio en nuestras sociedades.
Estamos en un momento crítico, uno que nos llama a cuestionar esta perniciosa dinámica, liberándonos de las ilusiones de las promesas vacías y exigiendo un cambio real. La corrupción no es simplemente un problema político o económico; es un veneno que socava sistemáticamente nuestro progreso, contribuyendo a la pobreza y al abandono en lugar de propiciar el bienestar y el desarrollo. La corrupción desvía los recursos destinados a mejorar nuestras instituciones educativas, nuestros sistemas de salud y nuestros servicios públicos esenciales. Drena los fondos que podrían haberse invertido para generar empleo y oportunidades en nuestras comunidades, todo mientras mina la confianza en nuestras instituciones y en aquellos que lideran desde el ámbito político.
La pregunta es: ¿Quién está evaluando la capacidad y el compromiso genuino de los candidatos? ¿Quién examina los antecedentes, la integridad y la visión de aquellos que buscan liderar nuestros destinos? El tradicionalismo político en nuestras regiones ha dejado una huella duradera, pero como la semilla que cae en tierra fértil, también nos brinda una oportunidad única para un cambio significativo.
Nos encontramos ante el desafío y la posibilidad de buscar un camino diferente hacia un futuro más próspero y justo, un camino que celebre la diversidad, promueva la participación ciudadana y exija la transparencia, en lugar de seguir dependiendo de las mismas respuestas ineficaces. Es el momento de elevar nuestras expectativas y construir un futuro mejor para nuestra comunidad y nuestro país.
*Integrante del Círculo de Columnistas de Juntanza Étnica de USAID