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Paola Guevara

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Consejos no pedidos

El consejo no pedido supone una relación de verticalidad preexistente, yo arriba, tú abajo; yo sabio, tú torpe; yo conocedor, tú inexperto; yo maduro, tu viche; yo alto, tú bajo; yo en lo cierto, tú extraviado; yo recorrido, tú ingenuo; yo iluminado, tú necesitado de iluminación. Es, por tanto, una confesión de soberbia monumental.

15 de abril de 2024 Por: Paola Guevara

Habrá, difícilmente, algo tan molesto e irritante como los consejos no pedidos. Esos que más se parecen a una toma por asalto que a un gesto de buena voluntad.

Primero que todo, un consejo no pedido supone superioridad moral, que rarísima vez se cumple, porque el consejero a mansalva suele hacer una generosísima (y errada) lectura de sí mismo y una pobrísima (y errada) lectura del receptor de su innecesaria intromisión.

El entrometido dispensa consejos que no se sabe si son balas de salva o balas a mansalva, quizá para dar color y variedad a su vida profundamente soporífera.

Dar consejos supone no pensar en la propia situación, en las propias incoherencias, en las propias necesidades de rectificación, sino salirse de sí mismo para buscar vidas más interesantes a las cuales criticar.

Porque todo consejo no pedido es una crítica, que no tiene la misma emoción, el mismo morbo, el mismo nivel de chisme, el mismo nivel de riesgo y peligro si no se hace de frente y en persona.

Muchos consejos no pedidos lo que ocultan es una grandísima envidia y, como ilustra la filósofa Martha Nussbaum, nadie es capaz de confesarse a sí mismo la pura verdad: “Soy un envidioso”, por tanto se procede a moralizar la envidia para hacerla pasar por otra cosa: “sinceras preocupaciones”, “ganas de ayudar”, “deseo de ser generoso”, “muestra de cariño”, “lealtad con la empresa” o cualquier simulacro de nobleza que le impida al consejero no pedido enfrentar la purísima verdad: tiene celos, tiene envidia, tiene ganas de ponerse por encima del aconsejado para compensar su propio sentimiento de inferioridad.

Otro problema del consejo no pedido es que se ofrece desde la capacidad de quien aconseja, no teniendo en cuenta la capacidad del aconsejado. Es, casi siempre, una confesión de la propia imposibilidad, más que una correcta evaluación de las limitaciones del otro.

El consejo no pedido supone una relación de verticalidad preexistente, yo arriba, tú abajo; yo sabio, tú torpe; yo conocedor, tú inexperto; yo maduro, tu viche; yo alto, tú bajo; yo en lo cierto, tú extraviado; yo recorrido, tú ingenuo; yo iluminado, tú necesitado de iluminación. Es, por tanto, una confesión de soberbia monumental.

Y es innecesario, sobre todo, pues quien necesite consejo puede pedirlo cuando guste y a quien considere que tiene la autoridad moral, o intelectual, o espiritual para dar consejos. Salir a regalarlos es exponerse a ser objeto de irritación.

Los consejos no pedidos son perfectamente necesarios cuando media jerarquía laboral, o jerarquía familiar como ocurre con los hijos menores de edad. Pero los consejos de la vida diaria entre familiares, conocidos, chismosos de ocasión y, peor, desconocidos, rara vez tendrán buen término, y en cambio sí pueden herir o romper un lazo entre adultos.

Mejor evitar consejos perdidos... perdón por el corrector de estilo, consejos no pedidos.

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