Opinión
De Berlusconi a Trump
Los críticos de Berlusconi (la otra mitad del país) también fueron numerosos y agresivos. Lo consideraban corrupto, vicioso y perverso.
Hace unos años, un famoso analista decía que para percibir el rumbo que está tomando la política en el mundo hay que observar a Italia. Alegando, entre otros, la situación geográfica del país, el enorme flujo de sus inmigrantes e incluso de sus turistas y la mezcla cultural y política que generan. Nada concreto, realmente. Hasta que hace dos meses murió Silvio Berlusconi y volvimos a repasar su vida y su estilo en política y le encontramos enormes parecidos con el comportamiento de Donald Trump en Estados Unidos, en tiempos actuales. Veamos.
Berlusconi murió el 12 de junio pasado, a los 86 años de edad, sin dejar heredero para liderar el partido Forza Italia que él creó y que figura en la coalición del gobierno (de derecha) de Gieorgia Meloni. Su influencia se impuso sobre la vida política de su país a lo largo de 17 años -entre 1994 y 2011- participando en cuatro gobiernos. Fue primer ministro, diputado, senador y líder comunitario con admiradores ardientes y críticos furibundos, en un país dividido en dos. Los italianos se refieren a Italia como “antes y después” de Berlusconi.
Lo que en principio lo destacó en la opinión fue la inmensa fortuna que acumuló como empresario y dueño de importantes cadenas de televisión, de diarios y revistas, del mejor equipo de fútbol del país, de casas de publicidad y producción cinematográfica; convirtiéndose en el dios de la farándula, del deporte y de la cultura popular en general. Era portador de un estilo que gustaba y divertía. Sus seguidores lo consideraban ‘revolucionario’ a la italiana y muy carismático.
Llegó a la política casi que por accidente por medio de un fraude electoral que pocos recuerdan o le reprochan. Y desde entonces, nadie ni nada lo afectaba. Sus malversaciones económicas, sus garrafales metidas de pata diplomáticas, la diabolizarían de sus adversarios que calificaba siempre de “comunistas” o “rojos”, su lenguaje a ratos vulgar. Su turbulenta vida sexual, sus desplantes, sus dudosas amistades o sus infracciones ilegales. Pecaba, lo condenaban, le perdonaban y lo condecoraban. Sus amigos lo llamaban “El Cavalliere”; sus enemigos lo apodaron “El Caimán”. Y fue así como entraba y salía en la política de su país haciendo de las suyas, y sin pagar un solo día de cárcel. Decía: “No soy santo” y también “los italianos, en su corazón se quieren parecer a mí”. En política internacional gustaba de los dictadores y hombres fuertes como Moammar Gaddafi de Libia o Vladimir Putin, de Rusia, que respaldaba y trataba de justificar y defender, incluso en la guerra contra Ucrania. En cambio, le molestaban Angela Merkel y Barak Obama (lo encontraba muy bronceado) y la misma idea de la Unión Europea le parecía mala.
Los críticos de Berlusconi (la otra mitad del país) también fueron numerosos y agresivos. Lo consideraban corrupto, vicioso y perverso. Su política económica que glorificó el capitalismo les resultó desastrosa, aunque provechosa para él y su familia. Cuando por última vez dejó el cargo de Primer Ministro en el 2011, Italia se encontraba en ruina, castigada por las deudas, con un nivel de vida tercermundista y los valores democráticos pisoteados. En cambio, él salía boyante, billonario y libre de toda responsabilidad.
Volviendo a la reflexión primera de esta columna, reconocemos en el manejo político de Donald Trump en Estados Unidos muchos parecidos con Berlusconi. Su populismo que dividió a la opinión norteamericana es el mismo, propio de un ambicioso empresario convertido en político que ejerce el cargo, violando a su antojo, las normas de una profesión, cuyas reglas éticas desconoce. Con un agravante: Trump es dueño de un ego enfermizo que acentúa sus defectos y lo vuelve aún más peligroso.