Columnistas
De los últimos grandes
De Lima fue un extraordinario ser humano, ajeno a las figuraciones. Sencillo, modesto y algo tímido, fue un verdadero patriota y compatriota...
Con la muerte de Ernesto De Lima, la región ha perdido uno de los últimos grandes que enaltecieron esta tierra desde la mitad del siglo pasado.
Con eso de dar nombres, se corre el riesgo de no mencionar a todos los que hicieron de este Valle del Cauca, la región del clima industrial y laboral más ejemplarizante de nuestro país.
Personajes como Tulio Ramírez, Bernardo Garcés Córdoba, los hermanos Garcés Giraldo, Jaime H y Álvaro H Caicedo, Enrique González Caicedo, Jorge Herrera Barona, Álvaro Lloreda Caicedo, Adolfo Carvajal, Alfonso Bonilla Aragón, Edgar Lenis y otros muchos -muchísimos más- que se me escapan, conformaron una cofradía que luchó por sacar adelante este pantano, como llamaron los caucanos a esos potreros inundados, cuando se creó nuestro departamento por allá en 1910.
De toda esa élite aún están ‘en circulación y sin metamorfosis’, los exalcaldes Alfredo Carvajal, Alfredo Domínguez y Rodrigo Guerrero, Vicente Borrero, Francisco Barberi, Álvaro Correa y otros pocos que siguen dando la batalla por el progreso, el desarrollo y la responsabilidad social y empresarial de esta región.
Sin duda, ‘Don Erni’ fue uno de ellos. Sus dotes de innovador, generador de ideas, soñador de realidades y ejecutor de imposibles, pero siempre con los pies sobre la tierra, le sirvieron para hacer más productivo el campo con la agroindustria tecnificada e incursionar con éxito en el comercio y los servicios, especialmente en la rama de los seguros en la que descolló ejemplarmente a nivel de Colombia y Latinoamérica.
Trabajador inagotable, el tiempo le alcanzó para ejercer un liderazgo empresarial, cívico y social que harta falta nos va a hacer, desde las juntas directivas más importantes de la región y el país, hasta sus sabias luces en los Comités Empresariales e Intergremiales así como sus escritos que alertaban y ponían el dedo en la llaga con un valor civil en el que no cabían ni las medias tintas ni la mediocridad.
No cosechó enemigos ni malquerientes gracias a su extraordinaria diplomacia que desarmaba a sus contradictores con su espíritu conciliador más no claudicante y su inteligencia avasalladora y convincente.
El progreso aeronáutico, naval y vial fueron temas recurrentes en su ciclo vital. Se obsesionó con los aeropuertos y las carreteras, librando ahora último la batalla por la carretera Mulaló-Loboguerrero, que cuando se construya deberá llevar su nombre.
Pero ante todo, De Lima fue un extraordinario ser humano, ajeno a las figuraciones. Sencillo, modesto y algo tímido, fue un verdadero patriota y compatriota. Un ciudadano excelso, un caballero a carta cabal, un padre y abuelo sin par, un amigo de sus amigos y por sobre todo un colombiano comprometido con su país y la generación de empleo. Una persona que tuvo el civismo corriéndole por las venas y un servidor de las causas más nobles, justas y equitativas de la sociedad.
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