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Del discurso de odio a las hogueras

Si hay un pueblo que ha sufrido las consecuencias más devastadoras del discurso de odio, sin duda es el pueblo judío.

11 de septiembre de 2024 Por: Marcos Peckel

Los crímenes de odio nunca empiezan con las armas, ni con la hoguera, empiezan con palabras, con discursos y en tiempos de las desaforadas redes sociales, con trinos, videos y postings.

Un componente fundamental del discurso de odio es la manipulación: sustentar la enemistad actual en una narrativa histórica construida de interpretaciones sesgadas. Durante la guerra de los Balcanes que siguieron a la desintegración de Yugoslavia, los líderes serbios acusaron a los croatas de haber sido colaboracionistas con Hitler y a los bosnios musulmanes de provenir de los ‘turcos’.

En Ruanda, la histórica rivalidad entre Hutus y Tutsis, en la que estos últimos fueron acusados de ser los ‘lacayos’ y beneficiarios de la dominación colonial, formó parte del discurso de odio. Este discurso fue difundido por la emisora de radio RTML, que durante semanas se dedicó a envilecer a los tutsis, llamándolos “cucarachas” que debían ser aplastadas. Este discurso de odio, amplificado RTML culminó en el genocidio de un millón de tutsis.

Si hay un pueblo que ha sufrido las consecuencias más devastadoras del discurso de odio, sin duda es el pueblo judío. Acusaciones de Deicidio llevaron a los Cruzados a exterminar comunidades judías en su marcha a Tierra Santa. Acusaciones de Usura causaron la expulsión de los judíos de Inglaterra en 1290. Imputaciones de herejía llevaron a los Reyes Católicos, instigados por el Papa Alejandro VI de los Borgia, a expropiar y expulsar a los judíos de España, una comunidad con 1500 años de presencia en la península ibérica.

Durante el Tercer Reich, todos los prejuicios centenarios contra los judíos se amalgamaron para formar el discurso de odio que culminó en el Holocausto. “Los judíos son nuestra perdición”, aparecía todos los días en la primera página, del diario alemán ‘Der Stürmer’. En su libro Mi Lucha, Hitler acusó a los judíos, entre otros, de promotores de la ‘doctrina marxista judía’ y de “ser una raza, pero no de humanos”. Las leyes de Nuremberg de 1935 excluyeron a los judíos de la nación alemana y la propaganda de Goebbels amplificó las acusaciones antisemitas hasta las cámaras de gas.

Tras la masacre perpetrada por Hamás el pasado 7 de octubre, el discurso de odio contra los judíos, el discurso antisemita, se ha disparado en proporciones estratosféricas evocando 1933. No se escatima término alguno para acusar a los judíos y a sus instituciones representativas de genocidas, asesinos, cómplices, ricos, usurpadores, extranjeros, poderosos, manipuladores, colonizadores, lobistas y demás. Basta observar trinos de políticos, gobernantes y académicos para entender cómo, hasta desde sedes del poder, se disemina el discurso de odio contra el pueblo judío. Incluso la negación del Holocausto resurge de oscuros rincones como intento de borrar la historia judía, a la vez que se niega, tergiversa o minimiza lo ocurrido el pasado 7 de octubre.

La narrativa del conflicto del Medio Oriente se simplifica a una dicotomía de ‘buenos’ contra ‘malos’, con Israel presentado como el villano, ignorando que el Estado judío enfrenta una amenaza existencial en varios frentes fomentada y promovida desde Teherán. Se ‘olvida’ que esta guerra comenzó con una masacre indescriptible y un secuestro masivo perpetrado por Hamás, una organización de asesinos islamistas radicales.

Se exhiben documentales propagandísticos por parte de medios públicos, prestándolos como verdad revelada con el objetivo de estigmatizar y fomentar el discurso de odio, medios públicos para los que el asesinato de rehenes judíos a sangre fría con tiros de gracia por parte de sus carceleros de Hamás se presenta como una ‘muerte accidental’.

Nada más peligroso y gratificante para los mercaderes del odio que su discurso sea vuelva normal y que medios, públicos y privados y redes sociales lo amplifiquen.

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