Columnistas
Derecho a la inocencia
En medio del debate sobre identidad y orientación sexual, Colombia se enfrenta a la posibilidad de introducir legislación que regula la terapia de cambio de sexo.
El deseo y orientación sexual es personal, es desde el conocimiento y reconocimiento propio. Percibirse como cualquiera de las variables existentes es en un viaje permanente que enfrentan ángeles y demonios. Es remitirse a la esencia más que a la apariencia y no deja de tener las características genéticas y primigenias de las dudas, los temores, los arrepentimientos y las reafirmaciones.
Pero a las niñas y los niños debemos mantenerlos al margen del debate y de esa falsa obligatoriedad de tener que decidir algo que no es prioritario en ese momento de la vida. Y no tiene que ver con la naturaleza, con sentirse o saberse diferente. Es lo contrario: la sobreexposición a contenidos sexualizados y a la obligación de comprender conceptos (cuando en edad no se suman los dedos de las manos) conllevan un ataque frontal a la inocencia y el derecho a vivir el juego, la risa, la sorpresa y la exploración natural.
¿Desde cuándo preservar la vida de un(a) niño(a) o un(a) adolescente es condenable? ¿Acaso la confusión de género, en gran medida influenciada por voluntad de los adultos a través de medios y redes sociales, justifica dejar de lado su bienestar? Países pioneros como Finlandia, Noruega, Suecia, Reino Unido, Dinamarca, y 19 estados en USA están reevaluando las terapias de conversión y tratamientos hormonales en menores con disforia de género.
Investigaciones de autoridades sanitarias señalan preocupaciones sobre la seguridad y eficacia de la terapia afirmativa. La infancia merece una atención médica cuidadosa y fundamentada dependiendo de cada caso. Los efectos adversos a largo plazo, la dependencia, la falta de evidencia sólida y la duda sobre la capacidad de consentimiento, plantean interrogantes éticos y morales imposibles de ignorar.
Las demandas al Estado por tratamientos irreversibles en lugares como Suecia y Reino Unido nos confrontan con la realidad de vidas afectadas, dañadas irreparablemente. ¿Podemos ignorar las graves repercusiones físicas que enfrentan las personas transgénero -desde infartos hasta osteoporosis- como resultado de tratamientos mal orientados?
Un reciente estudio de la American Urological Association encontró una probabilidad del 33,9 % de que un hombre biológico sometido a vaginoplastia experimente un encuentro psiquiátrico después de la cirugía, en comparación con un 26,5 % de posibilidades para las mujeres biológicas que se sometieron a una faloplastia, si un episodio hubiera ocurrido antes de la cirugía, revelando que las tasas de intentos de suicidio de personas que se identificaron como transgénero se duplicaron después de recibir una vaginoplastia (convertir quirúrgicamente el pene en una vagina).
En medio del debate sobre identidad y orientación sexual, Colombia se enfrenta a la posibilidad de introducir legislación que regula la terapia de cambio de sexo. Es crucial reflexionar sobre las lecciones que podemos aprender de países que están comenzando a revertir la aplicación de estas políticas. La prisa por aprobar leyes en este sentido pone en peligro la inocencia y bienestar de los más chicos, además de cercenar el derecho de los padres, tutores, médicos, psicólogos a guiar y aconsejar, so pena de ir a prisión por no aplaudir o aprobar irrevocablemente un temprano impulso del (la) menor. Es multiplicar víctimas por doquier. La abultada mayoría, siendo menores de edad.
Es casi imposible evitar más enriquecimiento de las corporaciones que se lucran con tratamientos y procedimientos. Pero al menos que no sea a costa de la ingenuidad de la infancia. Ojalá que donde no hay nada que curar, terminemos no curando y además lamentando por no pensar.
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