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Los dictadores del siglo XXI efectivamente llegan al poder por elecciones, y no muestran las muelas al principio. Promueven un discurso incluyente, salvador, de cambio y transformación. Empiezan trabajando con las cortes y la legislatura hasta que enfrentan la oposición.

6 de abril de 2024 Por: Muni Jensen
Muni Jensen

Un gobernante fascista, según la definición de la formidable Madeleine Albright en su libro ‘Fascismo, una lección’, es aquel que se cree el vocero de un país entero, no respeta los derechos y está dispuesto a recurrir a cualquier medida para lograr sus metas. Es fácil ubicar a Hitler, Stalin y Mussolini en esta descripción, pero en la actualidad hay otros líderes alrededor del mundo que muestran las mismas señas. Putin y Kim Jong-un saltan de primeros a la vista, y también Nicolás Maduro, Viktor Orbán en Hungría, el mismo Donald Trump, y Ortega en Nicaragua. La gran diferencia, según la exsecretaria, es que los dictadores del siglo veintiuno no suelen llegar al poder por la fuerza, sino por medio de elecciones, algunas veces amañadas, compradas o manipuladas.

De vez en cuando hay excepciones; brotes de libertad, ansias de cambio y ánimo de protesta. Esta semana tropezó, por la vía electoral, un típico exponente del fascismo moderno: el líder turco Recep Tayyip Erdogan, que sufrió su peor derrota política en 20 años en las elecciones municipales del país. Erdogan y su partido han gobernado con mano dura por más de doce años, despreciando las cortes, la prensa, la legislatura y la sociedad, a punta de violencia e intimidación. A pesar del miedo y coerción, el partido de oposición se manifestó en contra del régimen, con rotundos triunfos en las principales ciudades del país. Los votantes dejaron claro que prefieren la libertad y la democracia, al autoritarismo, y sueñan con un país diferente. El partido de oposición liderado por el alcalde de Estambul, Ekrem Imamoglu, se ha posicionado como el principal rival de Erdogan. Algunos se cuestionan si este resultado pueda crear una ola de desencanto por los dictadores electos.

La mala noticia es que en todos los continentes hay apetito para los gobiernos autoritarios, especialmente aquellos de extrema derecha. En Estados Unidos y Reino Unido, según el Instituto Pew, más de un tercio de la población está cómoda con el modelo. En India, México y Brasil más de la mitad acepta un gobierno militar o autócrata. La tendencia es preocupante, especialmente entre los países como Estados Unidos y continentes enteros como Europa que han tenido que lidiar con grandes tiranos, desde Hirohito hasta Castro y Gaddafi. El descontento con la democracia liberal es entendible. Sí, está de capa caída, presa de la corrupción, la falta de escrúpulos, y las influencias externas, al punto que más de la mitad del mundo ha elegido modelos donde el discurso de miedo, odio y violencia superan el discurso democrático. Así aparecen los nuevos autócratas.

Los dictadores del siglo XXI efectivamente llegan al poder por elecciones, y no muestran las muelas al principio. Promueven un discurso incluyente, salvador, de cambio y transformación. Empiezan trabajando con las cortes y la legislatura hasta que enfrentan la oposición. En ese momento acuden a ‘la calle’, saltándose las instituciones, las leyes y la separación de poderes. Arremeten contra la prensa y los críticos mediante descrédito y amenazas. Amañan los conductos regulares, silencian los disidentes y se arropan en el pueblo para romper las reglas. Estos dictadores llaman a referendos, cambios de Constitución, protestas en la calle, elecciones tempranas o reelecciones inconstitucionales. La receta es la misma, siempre, y el resultado también: la pérdida de derechos, la corrupción infinita, el soborno y las represalias.

En la búsqueda de cambio y el entusiasmo al romper la política tradicional (que tiene parte de la culpa, ojo), se caen como naipes las instituciones diseñadas para proteger la libertad. De vez en cuando, como acaba de ocurrir en Turquía, los ciudadanos se hartan y se antojan de libertad y por el mismo mecanismo del voto, generan un cambio hacia el progreso. En otros lados, gota a gota, se disuelve la historia democrática y se reemplaza por el caos.

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