Columnistas
Discurso de un líder
No hizo recuento de lo hecho por su gobierno, sino que trazó línea sobre lo que hará en los dos años que le restan de ocupante de la Casa de Nariño.
Jamás se escuchó en ese recinto un discurso de instalación del Congreso mejor que el pronunciado por el presidente Gustavo Petro el 20 de julio. En una hora, sin apoyarse en telepronter, sin un sorbo de agua, sin leer texto alguno, Petro mostró no solo su capacidad de gobernante, sino también sus dotes de líder.
No hizo recuento de lo hecho por su gobierno, sino que trazó línea sobre lo que hará en los dos años que le restan de ocupante de la Casa de Nariño, centrado en dos ejes fundamentales: agricultura y turismo, que ya exhiben altas cifras de crecimiento, y que al fortalecerlos se convertirán en los grandes soportes económicos del país.
Perdieron una gran oportunidad los senadores Miguel Uribe y David Luna, voceros de la oposición que fueron dos de los encargados de responder a la alocución presidencial. Pensé que ambos se volcarían con argumentos de fondo contra el discurso que acababan de escuchar. Los dos cayeron en el vacío, con unos apuntes que trataban de ocultar, cuando en esos momentos la improvisación es la que se impone para refutar al adversario.
Ni hablar del resto de contestatarios. Cuatro exaltados que atropellaban las palabras que salían de sus rabiosas bocas. Si aquellos y estos son los que liderarán el movimiento que propone César Gaviria para impedir que un aliado de Petro continúe el proyecto progresista en 2026, están, como se dice coloquialmente, en la olla.
En Colombia ha habido grandes oradores políticos. Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Luis Carlos Galán, liberales, y Silvio Villegas, Augusto Ramírez y Gilberto Alzate, conservadores. Hoy no hay otro que pueda compararse con Petro, cuya capacidad oratoria y el contenido de sus proclamas lo sitúan entre aquellos grandes.
Suele decirse que en política nadie tiene la capacidad de endosar votos, con la facilidad con la que se endosa un instrumento negociable. Es cierto, pero un caudillo no endosa, ordena, y cuando ordena su cauda, obedece y vota.
Un caudillo como Álvaro Uribe dispuso en 2010 que su hueste votara por Juan Manuel Santos, y la masa uribista colmó las urnas, pero las cosas no le salieron bien porque el ungido le resultó respondón y se declaró independiente para ejercer el mando. Lo mismo hizo con Iván Duque, un mediocre senador a quien la fanaticada uribista atendiendo la voz de mando del jefe lo llevó a la presidencia.
En 2026 habrá dos opciones ideológicas. De un lado, la derecha tradicional, que seguramente se decantará por Germán Vargas Lleras, con alguna figura del uribismo para la vicepresidencia, y del otro, el candidato de la socialdemocracia que es en realidad la teoría política de Petro, que le pedirá a su gente que sufrague por el que garantice la continuidad del proyecto progresista.
El Centro Nacional de Consultoría en reciente encuesta dice que hoy el presidente tiene una imagen positiva del 51% de los encuestados, con un aumento de 4,3% desde el 46,7% en junio, lo que quiere decir que cuenta con la mitad del caudal de votantes, que llevado a elemental aritmética significa unos 10 millones de electores. Nadie cuenta con ese ‘pote’. Y ahí entra en juego la pasión que despierta el caudillo, que se convierte en el guía que lleva al pueblo a las urnas.
Hay que ser realista en política, que no es como cada cual quiere que sea. Las masas tienen sus propias fuerzas de expresión, que si son dirigidas por un líder carismático se convierten en ejércitos invencibles.
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