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Carlos E. Climent

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El deterioro de la relación de pareja

Discusiones interminables, desinterés mutuo y un soterrado fastidio por el otro, siempre anteceden a las graves crisis de pareja.

28 de julio de 2024 Por: Carlos E. Climent

Que la mitad de las parejas terminan separadas, siendo que alguna vez decidieron unirse enamoradas es una triste realidad. Que la ilusión y la esperanza se empezaron a erosionar en algún momento y que nadie le prestó atención al deterioro, es una realidad aún más triste.

La pareja, en su lucha por la estabilidad, debe superar varios escollos:

Las fantasías y las ilusiones de los comienzos que ignoran dificultades, defectos, incompatibilidades, falencias y problemas. Las demandantes actividades de la etapa reproductiva y la crianza de los hijos con sus horarios extendidos, visitas a pediatras, enfermedades eruptivas, dificultades de adaptación escolar y las diversas ocupaciones de muchos padres. Finalmente, y no menos importante, el crecimiento profesional, social y económico que con frecuencia inicia el proceso de distanciamiento que ambos se encargan de justificar: “Me es imposible renunciar a los nuevos retos. Hay que hacer sacrificios” (Sin mencionar que es a costa de la relación de pareja).

Infortunadamente no todas las parejas tienen el grado de compromiso requerido para afrontar las dificultades y en consecuencia ignoran las señales del menoscabo:

*Se acabaron las manifestaciones de mutua consideración.

*Desaparecieron la ternura y los detalles.

*La intimidad era aceptada con desgano como un proceso mecánico desprovisto de pasión, para evitar reacciones agresivas o como un accidente bajo los efectos del alcohol.

*Pasan por alto que las conversaciones amables habían sido reemplazadas por discusiones interminables cada vez más agrias, en las cuales ninguna de las dos partes cedía un milímetro.

*No querían saber si la discusión había terminado por saturación, por sumisión o por quitarse al otro de encima.

*Sabían, pero se encargaron de ignorarlo olímpicamente, que llevaban mucho rato como dos extraños bajo el mismo techo.

*Les parecía muy normal y plenamente justificado que cada cual hiciera planes por separado.

*Ambos se daban cuenta que florecían en ausencia de su pareja y que ambos se marchitaban fastidiados cuando estaban juntos. En consecuencia, los planes de vacaciones, cuando ocurrían, eran sistemáticamente organizados en compañía de otras parejas. Pero no se preguntaron: “¿No te das cuenta que nunca más volvimos a hacer nada los dos solos?”

*Cualquier comentario, actitud o comportamiento del uno, le caía invariablemente mal al otro.

*Cualquier pretexto era bueno para prender una discusión.

*No volvieron espontáneamente a conceder la razón o ponerse en los zapatos del otro.

*Ninguno de los dos se daba por aludido, a pesar de la falta de claridad en la comunicación, la difícil convivencia, el resentimiento mutuo y lo mal que andaban.

Lo positivo es que siempre se puede hacer algo para evitar la destrucción de la relación de pareja, antes de que el desinterés llegue a un punto de no retorno. El asunto es estar atentos a las señales de deterioro que siempre aparecen.

Nota: Por vacaciones del autor, esta columna reaparecerá el domingo 18 de agosto.

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