Columnistas
El encuentro con el amor
El perdón no es amnesia, no es cancelación de la herida, no es negación del trauma de la ofensa, no perdona porque olvida, solo se puede olvidar cuando se ha perdonado.

Por: Germán Martínez R., vicario episcopal para la educación
A este domingo, 30 de marzo, la liturgia lo llama ‘laetare’, palabra técnica en latín que significa ‘alegrarse’. ¿Por qué motivo alegrarse? Porque se acerca la gran Pascua, el triunfo de la vida sobre la muerte, porque también el Evangelio afirma claramente que la alegría alcanza el corazón de Dios: “Dios se alegra más por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lucas 15,7). Y hoy “hay fiesta”: El relato evangélico de este domingo narra la fiesta del encuentro con el amor: “Un hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde”.
El resto es bien conocido. Por la pintura, Durero y Rembrandt sobresalen con sus cuadros. Por la literatura, lo más cercano a nosotros fue Rafale Pombo, ‘el gato bandido’: mamita, mamita, dame palo, pero dame qué comer. El análisis del relato siempre se quedará corto: ¿Centrarse en el hijo que se va o en el que se queda? Uno es exceso de rebelión, el otro exceso de obediencia servil. Ninguno de los dos sabe ¿Qué es ser hijo? ¿Qué es ser heredero? ¿Constatar que en el relato no se menciona ni aparece la madre? Y al final: ¿Entra a la fiesta o no entra a ella el hijo mayor? Por algo no lo dice el texto.
Tal vez está escrito para que tú mismo contestes esa pregunta: ¿Entrarías tú a esa fiesta? Quedémonos con la imagen del papá: No hace uso de la ley: “Si uno tiene un hijo rebelde e incorregible, lo llevará en público y los hombres de la ciudad lo apedrearán hasta que muera”, (Deuteronomio 21, 18-21).
Suspende, pues, la ley del castigo, sabe amar sin exigir el derecho de propiedad sobre cada hijo. Vive a la espera del regreso, el amor no es narcisista. Y al verlo de lejos, corre, lo abraza, lo besa, no deja terminar el discurso del hijo, vestido nuevo, anillo, sandalias y festejo.
El perdón no es amnesia, no es cancelación de la herida, no es negación del trauma de la ofensa, no perdona porque olvida, solo se puede olvidar cuando se ha perdonado.
El hijo recobrado esperaba un castigo (error de percepción), el papá renuncia al castigo para dar paso a una ley nueva: la ley que da la vida, la ley que cierra el espacio a la muerte: “Este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado”.
La fiesta del papá ‘es la fiesta de la fe’ que se resiste al fracaso y a la derrota. No es por casualidad que en hebreo la palabra misericordia significa ‘generar de nuevo’.
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