Columnistas
El fútbol que nos unía
El Pascual Guerrero era el escenario en el que en las tribunas solo existía una única diferencia: el color de la camiseta de los hinchas alentando a su equipo.
Corría el año 1977 cuando mi pasión por el fútbol que traigo desde muy niño se vio incentivada al presenciar en vivo y en directo la dupla que comandaba la delantera del América de Cali, los argentinos Jorge Ramón ‘la fiera’ Cáceres y Óscar ‘el Pinino’ Más. De eso ya 47 años y para resaltar, muchos de ellos asistiendo a la tribuna sur. El Pascual Guerrero era el escenario en el que en las tribunas solo existía una única diferencia: el color de la camiseta de los hinchas alentando a su equipo.
47 años después, aparecen nuevamente los recuerdos, evocando nostalgia y a la vez impotencia al ver cómo se ha distorsionado la realidad deportiva en Colombia. Si bien el fútbol sigue siendo nuestra pasión, el espectáculo que se disfrutaba en familia y en paz, hoy es un escenario bochornoso de delitos, en el que pareciera que todos los lunes estamos buscando al muerto río arriba, sin entender, o sin querer entender, que los desórdenes comienzan cuando esos llamados ‘hinchas’, afuera del escenario deportivo, combinan droga y alcohol.
Así, las tribunas se abastecen a través del microtráfico, contribuyendo a los disturbios, las riñas y la suspensión de los partidos. Estos conflictos no se limitan al interior del estadio, sino que se trasladan a sus alrededores, con robos, destrozos de bienes y saqueos. Esta es la misma película que hemos presenciado una y otra vez en los últimos años. ¿Cómo esperamos que alguien, en esas condiciones, tenga un comportamiento ideal? ¿Creemos que lo único que lo motiva es ver a su equipo ganar? La pregunta es sencilla: ¿Cómo ingresan la pólvora y las armas de todo tipo?
Ya conocemos la magnitud de la problemática y el diagnóstico es claro. Las campañas que promueven la convivencia entre las barras son importantes, pero esto no da espera. Es necesario tomar medidas radicales sobre aquellos que han transformado el fútbol, el deporte más grande, en un espectáculo de violencia.
Para reforzar la gravedad de la situación, la Universidad Central de Bogotá, en su estudio, ‘Barrismo social y convivencia’ presenta datos alarmantes: en los últimos 16 años: de 2008 a 2024, han sido asesinados 262 hinchas, es decir, en promedio, cada 20 días muere un aficionado a manos de la violencia en el fútbol.
Así, las medidas deben ser contundentes y responder a los métodos que ya han sido probados en otros contextos. La solución no es cerrar el estadio y pagar justos por pecadores pues más temprano que tarde estos hechos vuelven a ocurrir. Si revisamos el caso de Reino Unido que, desde hace aproximadamente tres décadas por el comportamiento de los Hooligans prohibió el ingreso a los estadios a los hinchas que protagonizaban desmanes y que no respetaban las normas llegando estas penas a vitalicias. Igualmente se hizo un censo de los hinchas para identificarlos y conocer si tenían antecedentes judiciales. Además, con el concurso de la policía se entrenaron para reconocer a los hinchas más peligrosos hasta el punto de infiltrarse en las tribunas.
Lo que sucedió el pasado 15 de diciembre no solo sucede en Cali, se replica en muchos estadios de Colombia, con lo que debemos propender por medidas contundentes, que respondan al contexto social propio en el que vivimos, “No es la violencia en el fútbol… es la violencia que vivimos que se nota más en el fútbol”.