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El poder malsano

Maldice el petróleo y no nos es posible avanzar en el descubrimiento de nuevos pozos, así la economía se pierda.

14 de febrero de 2025 Por: Armando Barona Mesa
Armando Barona Mesa.
Armando Barona Mesa. | Foto: El País.

Lo dijo bajo el afán de un discurso chapuceado: “la diferencia entre el whisky y la cocaína está en que el whisky se hace por fuera de Colombia”. Y no importan las vidas que sucumben en el vicio, ni los crímenes que se edifican en toda la organización del producto. Ni las mafias que se aglutinan, ni la sangre que rueda por toda una geografía que es la nuestra. Benedetti lo había dicho en la vulgar y agresiva diatriba que le echó a Laura Sarabia: ambos -Benedetti y Petro- eran del mismo vicio. Y con vergüenza hay que agregar que aquel dicharachero que así hablaba, era nuestro presidente Gustavo Petro. ¿Qué esperar de él, por Dios?

Maldice el petróleo y no nos es posible avanzar en el descubrimiento de nuevos pozos, así la economía se pierda. Y el gas. Pero allá está echando su consabido discurso anticapitalista, en Dubai, el paraíso del petróleo, gastando en época de vacas flacas nuestros recursos y enfiestado con la señora Sarabia y un gran séquito. Pero costeado por nosotros. Esto ocurre a pesar de haber llegado por su culpa a una economía haciendo agua; y de que, gracias a su insensatez contra el Ejército y la Policía, medio país pasa al dominio de los levantados en armas, que matan, extorsionan, secuestran y atropellan para sembrar la violencia y el miedo y para asegurar el triunfo del narcotráfico.

Todo esto es una verdadera desgracia que él oculta, atribuyéndola a su propio gabinete. Los pecados son de ellos, porque, según sus discursos, a él no lo tocan, porque él es solamente el gestor de la esperanza y del bien; y los demás son los malvados. El gabinete es culpable porque ninguno hace nada y el señor Petro se mantiene viajando dentro y fuera del país, batiendo récord en sus movimientos por Europa y Asia e incluyendo aquellos países donde actualmente está, de los reinos del petróleo que allá sí le gustan.

Y echa por todas partes sus consabidos discursos en cada uno de los cuales recuerda trochimochi la historia de la humanidad, para aparecer él como el gran gestor y salvador de la misma, desde un socialismo hoy ineficiente y trasnochado como el de Venezuela. Eso es su narcisismo y el síndrome del asperger que padece, según lo contara su propio hermano, Juan Fernando Petro.

La economía, por supuesto, anuncia no solo los déficit presupuestales, sino las amenazas que provendrán del señor Trump, con quien ha iniciado pelea al lado de los chinos. Sí, pelea que nosotros tendremos que lidiar mientras él viaja y vive sabroso, como lo dijera su vice. La paz ya no es ni de los sepulcros. Los muertos y los desplazados crecen para su satisfacción, dentro de la ineptitud total de su gobierno. Claro, él es el primer responsable, como que es el director de la orquesta, y no puede haber un movimiento que no sea salido de su batuta. No obstante, la culpa siempre será de los otros, cuando él es solamente el ideologista que se viste de bluyines y de vez en cuando estrena una corbata.

Se diría que todo esto es una especie de maldición apocalíptica, aunque él no lo siente así, como que no ejecuta, pues solo tiene el don de la palabra y el engaño. Menos mal que ahora, después de la reunión del gabinete durante seis horas de televisión, sus antiguos amigos, aunque no lo digan, conservan el rencor humano que mostrara su camarada de ayer -hoy traicionado por Petro- Álvaro Leyva, a quien hizo meter la pata, para darle después tres patadas.

Todos los que se opusieron a Benedetti y a Laura Sarabia, estarán en contra del futuro, entre ellos su antiguo compañero Augusto Rodríguez, quien con rencor revela episodios ocultos como el de la presencia de Xavier Vendrell en la campaña y los apoyos de un personaje siniestro llamado Diego Marín, a quien el hampa selecta aplica el nombre de combate de ‘Papá Pitufo’. Los desastres y trapisondas están, por verse, en el declive de este personaje -Petro-, quien subió como un iluminado, pero está cayendo como un coco.

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