Columnistas
El silencio es complicidad
La sensación de desesperanza pesa en su corazón. Cada día es una batalla interna, una lucha contra los demonios invisibles que le susurran que la única salida es dejar de existir.
En la noche del 7 de diciembre, durante la celebración del Día de las Velitas, la vida de Michelle Dayana González, una joven de 15 años, se apagó de manera trágica. Desapareció mientras compraba dulces y, según las cámaras de seguridad, no regresó a su hogar después de pasar por un taller. Más tarde, su cuerpo fue encontrado desmembrado.
Este caso, aunque extremadamente doloroso, no es aislado. Representa a muchos niños que sufren en silencio, víctimas de violencia física y sexual y desesperación.
Las cifras son alarmantes; evidencian que, al igual que Michelle, 493 niños han perdido la vida de manera violenta, y 65 son víctimas de violación diariamente en Colombia, mientras que 5 niños optan por quitarse la vida semanalmente.
No podemos cerrar los ojos ante la violencia que consume las vidas de estos niños. Las estadísticas revelan una realidad desgarradora: entre enero y octubre de 2023, 1.544 niños perdieron la vida en Colombia. De ellos, 493 fueron víctimas de asesinato, y 239 niños y jóvenes decidieron quitarse la vida. Detallando las edades, 89 niños de 10 a 14 años optaron por esta trágica decisión, mientras que, en el grupo de 15 a 17 años, la cifra fue de 149.
Es fundamental que nos pongamos en el lugar de estos niños, que imaginemos la angustia de sus vidas cotidianas.
Conectémonos emocionalmente con Martín, el joven de 14 años que, en su habitación, libra una batalla contra la oscuridad que lo envuelve. Sus lágrimas silenciosas caen mientras la soledad se convierte en su única compañía. La sensación de desesperanza pesa en su corazón. Cada día es una batalla interna, una lucha contra los demonios invisibles que le susurran que la única salida es dejar de existir.
Imaginemos a María, una niña de 11 años que, cada noche, se acurruca en su cama temblando de miedo. Su casa, que debería ser un refugio, se convierte en un campo de batalla donde los gritos y golpes resuenan sin piedad. Cada día, María vive el terror de la violencia doméstica, preguntándose si será la próxima víctima.
Pensemos en Andrés, un joven de 15 años que, acosado y maltratado en la escuela, no encuentra consuelo ni apoyo en ninguna parte. Sus días transcurren entre la soledad y la desesperanza, preguntándose si alguna vez podrá escapar de la espiral de sufrimiento que lo envuelve.
Solidaricémonos con Carlos, un niño de 12 años que, al regresar a casa después de la escuela, se enfrenta al terror que se esconde en las sombras de su propia habitación. Su padrastro, quien debería ser su protector, se transforma en una figura amenazante que deja cicatrices invisibles en la inocencia de Carlos. Cada puerta cerrada se convierte en un recordatorio constante de su vulnerabilidad, y la confianza se desvanece en el eco de sus gritos silenciados.
Consideremos a Sofía, una niña de 9 años que juega en el parque con una sonrisa forzada, escondiendo los secretos oscuros que la acosan cada noche. Su confianza en el mundo se desmorona, y el abrazo de un adulto ya no es sinónimo de seguridad, sino de temor.
Estos ejemplos, aunque sin entrar en detalles explícitos, buscan transmitir el sufrimiento y la angustia que muchos niños enfrentan a diario.
Esta cruda realidad nos insta a actuar de inmediato. Levantémonos como la voz de los silenciados, exigiendo medidas inmediatas para salvaguardar a la niñez colombiana. Seamos todos agentes de protección, es nuestra obligación.
¡Cuidado! La próxima víctima podría ser su hijo u otro ser querido.
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