Columnistas
El ‘tropel’ en Univalle
Estos episodios de violencia se han vuelto repetitivos y son ya casi parte del paisaje en el sur de la ciudad.
Hace muy pocos días se hicieron virales las imágenes de un grupo de encapuchados de la Universidad Nacional en Bogotá que fueron expulsados en medio de una ensordecedora rechifla luego de que intentaran irrumpir en el Auditorio León de Greiff, aula máxima de ese centro de educación superior, mientras se realizaba una ceremonia de grados. Al unísono, padres de familia, estudiantes, graduandos e invitados rechazaron esta indeseable presencia al grito de ‘fuera, fuera, fuera’.
También por aquellos mismos días, pero en esta ocasión en Cali, se daba un nuevo episodio, ya bastante frecuente, de un grupo pequeño (realmente minúsculo) de encapuchados que salieron a obstruir el tráfico sobre la Avenida Pasoancho, muy cerca del cruce con la Carrera 100, para enfrentarse con integrantes de la Policía Nacional, luego de haber quemado la moto de un guarda de tránsito.
Estos episodios de violencia se han vuelto repetitivos y son ya casi parte del paisaje en el sur de la ciudad que le toca ‘adaptarse’ al caos vehicular que se genera e incluye la suspensión del transporte del MÍO desde la estación Capri hasta la estación Universidades, ubicada en Jardín Plaza, con el consiguiente suplicio para miles de personas que deben entonces desplazarse a pie en medio del estruendo de las llamadas ‘papas bomba’ y de gases lacrimógenos que el viento de la tarde se encarga de dispersar por todo el sector.
Nadie entre esos caminantes, ni entre la ciudadanía en general, entiende los motivos de esta extrema forma de protesta, de este pequeño, pero violento grupo de estudiantes, que transmiten la imagen de ser quienes parecen dominar en la Universidad, o al menos actuar muy a pesar de que directivas, docentes y una buena parte de los estudiantes saben muy bien quienes son (y no son de afuera como suele darse la explicación), y así no todos entiendan siempre por qué lo hacen. Sus protagonistas son un secreto a voces, como dice el refrán popular, y como le escuché decir a alguien de la misma universidad, “protestan porque sí y porque no…”.
Yo también fui joven, fui estudiante y tiré piedra, valga aquí la confesión, pero también la autocrítica. Lo hice en los años 80, estudiando aun el bachillerato en el Colegio de Santa Librada, en el mejor momento de la organización y movilización del movimiento estudiantil, en medio del llamado estado de sitio y del Estatuto de Seguridad en los tiempos difíciles del presidente Julio César Turbay Ayala.
Ni antes, ni ya ahora, creo que sea ni válido ni necesario alentar este tipo de confrontaciones o ‘tropel’ como se le dice, por la sencilla razón, parecida a la del alzamiento armado, de que no cambia nada para bien, no aporta positivamente a un proyecto realmente viable de cambio en este país y no tiene ningún tipo de apoyo público, antes bien, un extendido rechazo.
Nuestras universidades, incluyendo Univalle, han estado en medio de la confrontación y el conflicto armado y han colocado también innumerables muertos, asunto sobre el cual el Informe Final de la Comisión de la Verdad dio puntadas en relación a un debate crucial sobre el uso de la violencia, pero también la construcción de paz, el impulso a proyectos de cambio democráticos y la defensa del acceso a la educación superior pública como un derecho ciudadano.
La violencia gestada y alentada desde nuestras universidades públicas no puede prosperar. Estos son otros tiempos, determinados por la movilización activa, pero no violenta para favorecer cambios profundos, pero democráticos. El ‘tropel’, como la lucha armada, no son ya algo heroico ni revolucionario.