Opinión
El valor de la palabra
Lo peor que nos puede pasar en toda democracia es la incondicionalidad con los candidatos y gobernantes, creer que cualquier crítica a ellos hace parte de una conspiración...
El valor de la palabra
De mi madre, la popular Conchita, que era una humilde vendedora de la plaza de mercado en la Galería Alameda, en la ciudad de Cali, siempre aprendí desde niño, con sus dichos populares y ejemplo de vida, sobre la importancia del valor de la palabra y de su estrecha relación con la dignidad y honradez que deben caracterizar a las personas.
Debo confesar que haber seguido el ejemplo y enseñanzas de mi madre, más de un dolor de cabeza me han costado en todas las experiencias de mi vida, pero al mismo tiempo, ese ejemplo de vida, he tratado de trasmitirlo a todas las personas con las cuales me he relacionado en mi vida familiar, estudiantil, laboral, social y política. Lograrlo no ha sido tarea fácil, pero tampoco imposible.
El valor de la palabra es lo más parecido a lo que manifestamos en una escritura pública. Por ello, en la vida, las personas debemos aprender a decir sí, cuando se puede cumplir; y no, cuando no sea posible hacerlo.
En lo personal no coincido ni coincidiré con aquellas personas que, con tal de ganar un cargo público o privado, una campaña política o conseguir un bien privado, entre otros, van prometiendo a la gente lo que luego no pueden cumplir o, lo más grave, van vendiendo el alma al diablo porque para ellas lo importante es ganar, no importa cómo.
Considero que es un derecho democrático de la población, de acuerdo al artículo 259 de la Constitución Nacional, relativo al voto programático, exigirle a todos los candidatos y candidatas que se presenten a las elecciones locales y regionales en octubre del año en curso, como en las nacionales en el 2026, que expliquen públicamente cómo van a cumplir con cada uno de los puntos del programa que inscribieron junto con su candidatura en la Registraduría Civil del Estado y, que una vez elegidos tienen el deber de presentar rendición pública de cuentas a la población.
Es un error político ser complacientes con los errores de aquellos candidatos o candidatas afines a nuestros afectos políticos o sociales, pero inflexibles e intolerantes con aquellos que no lo son. Lo absurdo es que ese tipo de comportamiento también se expresa en los diversos espacios de gobierno.
Reitero que lo peor que nos puede pasar en toda democracia es la incondicionalidad con los candidatos y gobernantes, creer que cualquier crítica a ellos hace parte de una conspiración o de la actividad de sus enemigos.
Quienes estamos en capacidad legal de votar, tenemos la gran responsabilidad ética y democrática de, con nuestro ejemplo, enseñarles a las personas no votantes o a los menores de edad que, tanto a los que son afines políticos como a los que no, les exigiremos siempre el comportamiento ético frente al valor de la palabra y que ningún escenario de la vida tiene sentido si con embustes y mentiras pretendemos ganar unas elecciones políticas o un cargo público o privado.
Solo así se construirá confianza y reivindicaremos el valor de la palabra como un norte ético esencial en la vida de las personas y de la convivencia pacífica.
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