Columnistas
Elvis y Priscila
Algo extraordinario comparado con la timidez casi enfermiza de su vida íntima y su total dependencia de las drogas, que es lo que cuenta Priscila.
Cuando se conocen en Friedberg, Alemania en 1958, él tiene 23 años y ella 14. Él es un cantante de rock famoso que ha sido enrolado en el ejército norteamericano. Ella, la hija de un oficial de ese ejército. Ambos soldados de servicio en esa base alemana. El joven conoce a la niña y se enamora. Es una extraña historia de amor en el mundo agitado y excéntrico de la farándula. Él es alto y apuesto, 1.82 de estatura, con una figura que es el resultado magnífico de un cruce de genes europeos, con una pizca de sangre Cherokee, para darle sabor. Ella no solo es menor de edad, sino pequeña, 1.63, y juntos forman una pareja desigual. Ella, una especie de Lolita, muñeca vestida de mujer, que ha conquistado al hombre que todas desean.
La unión entre Priscila Beaulieu y Elvis Presley termina en divorcio en 1972. Cinco años después, Elvis, El Rey, ha muerto a los 42 años. Priscila escribe en 1985 un libro “Elvis y Yo” (Elvis and Me) que Sofia Coppola ha llevado a la pantalla en una película estrenada en 2023, con la misma Priscila como Directora Ejecutiva, donde cuenta su versión más que autorizada de la historia. Cuando Elvis se fija en ella no lo puede creer. Ni los papás tampoco. Les aterra la idea de su hija como pareja de Elvis y presumen que hay algo sórdido en todo aquello. Exigen garantías.
Se firma uno de los acuerdos más estrambóticos de la época, que es después de todo bien entrado el Siglo XX. Priscila va a vivir a Graceland, en Memphis, la enorme mansión donde Elvis vive con sus padres, su abuela y su banda, y va a la escuela a terminar su bachillerato. Ambos duermen juntos, como hermanos, pues Elvis, evangélico creyente, piensa que su amor solo puede consumarse luego del matrimonio. En esas circunstancias, el noviazgo dura siete años y el matrimonio seis. Elvis es un novio y un marido controlador que quiere a su niña-esposa a su lado, siempre obedeciendo, vestida y peinada como él disponga, drogada con anfetaminas que él mismo le proporciona y sometida a sus esporádicos deseos sexuales, a los cuales ella no tiene derecho.
Cuando hacen la autopsia del Rey, a quien encuentran tirado en el piso de su cuarto, hallan 16 diferentes tipos de medicamentos en su sangre, que terminan por causarle un infarto cardíaco. Ha engordado, olvida las letras de sus canciones, sus atuendos estrafalarios ya no impresionan, su música ha dejado de sonar. Pero ha sido la mayor revolución musical del siglo. Una mezcla nacida en el profundo sur de música country y Rhythm and Blue, que es a su vez una mezcla de blues, jazz y góspel. Música negra nacida en las iglesias y en las tabernas, cantada por un blanco, entre barítono y tenor. Es el éxito de Elvis en un país donde la segregación racial era una realidad cotidiana: un blanco que se apropia de la música negra y la vuelve comercial para el gran público blanco. Un blanco que canta con la voz de un negro y se mueve como uno de ellos, que pobre, como era, ha vivido en los barrios negros y los conoce bien.
Algo extraordinario comparado con la timidez casi enfermiza de su vida íntima y su total dependencia de las drogas, que es lo que cuenta Priscila. El ídolo sexual cuyas contorsiones de cadera eran prohibidas en la naciente televisión, obligada a grabarlo de la cintura para arriba, pero que no tenía mayor interés en el sexo. La niña se vuelve mujer, entiende, y lo abandona a su autodestrucción, para salvarse.
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