Columnistas
En el Colombo Británico
Educar no solo a los alumnos sino a toda la comunidad. Un reto interesante que marca un antes y un después.

Las instituciones educativas presentan crisis porque son organizaciones humanas y, por lo tanto, imperfectas. En permanente evolución, se mueven teniendo que lidiar con múltiples variables. La más significativa: no se educa como se educaron padres y profesores, por la sencilla razón de que el mundo en que fueron educados ya no existe. El ajuste es obligatorio, a las buenas o a las malas. Entendiendo a ‘las malas’ cuando los acontecimientos desbordan lo esperado, ‘lo habitual’. Hace rato que las nuevas generaciones rebasaron el mundo adulto. Es otra época que no se plega a lo tradicional ‘porque siempre fue así’: ahora retan, desafían. La pregunta es si los mayores estamos preparados para la nueva mirada, si vamos un paso adelante, si escuchamos el sentir, ansiedad, necesidades, expectativas e incertidumbre de estas generaciones.
Tengo por el Colegio Colombo Británico enormes sentimientos de gratitud, allí se educó mi hija. Pero al hablar de lo que vive ahora con el incidente de dos estudiantes de último grado, información que es pública por redes, medios y voz a voz, lo que a primera vista aparece es el mal manejo inicial del problema, independiente de las consecuencias que se fueron generando.
Es obvio que el Rector no debió enfrentar el hecho como rector. Hay una figura jurídica llamada “encargo” o ad hoc (¿algún abogado cerca?) y debió ser el punto de partida. No se le puede pedir a un ser humano que doblegue sus emociones para desempeñar un oficio. Primero es padre que rector y es un comportamiento totalmente lógico. Por ello, el comentario no es por su sentir, sino por su actuar. El que temporalmente no se hubiera separado del cargo enredó la pita, trajo consecuencias, desencadenando una avalancha de efectos a todo nivel.
La confusión inicial de roles desbordó el problema. Que, aunque aparentemente ‘escandaloso’, no significaba que no se pudiera manejar. Hechos como este, han sucedido, están sucediendo y seguirán sucediendo en miles de colegios. Es una institución educativa y esa es su función principal: ¡educar!, por encima de enseñar Biología o Matemáticas. Y educar no solo a los alumnos sino a toda la comunidad. Un reto interesante que marca un antes y un después.
Hay heridas, huellas en estudiantes, padres y madres, profesores, comunidad, lo que es ocasión propicia para reparar. ¿Qué tanto las directivas, incluida la Junta, están preparadas para nuevas miradas en el manejo de problemas que tienen que ver con el comportamiento infantil y adolescente? ¿Han recibido cursos, talleres, información, que actualice sus conceptos? Hay que evitar respuestas como “no se necesita, sabemos qué hacer”, lo que podría significar más soberbia que humildad y aquí se requieren inmensas dosis de modestia para poder continuar.
En lenguaje pedagógico, reparar significa sanar, conciliar, reconocer errores, corregir, aprender. Lo punitivo no es educativo: está más cerca de la vieja y revaluada teoría “la letra con sangre entra”. Ahora, lo importante y muy valioso es el manejo de las consecuencias. El incidente toca todas las esferas de la condición humana: machismo, roles, libertad sexual, valoración de la mujer, pornografía, curiosidad, tecnología, control de padres, información adecuada, relación colegio- familia… interesante reto que lleva implícitos actos de apertura y perdón. El colegio tiene la palabra: aprendemos o cobramos. ¡Muy aleccionador!
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