Entre la mascota y la suegra

Cuando Sofy me llamó a invitarme a tomar un café, temí algo grave. Es la esposa de Luis, uno de mis mejores amigos y una conversación confidencial entre ella y yo solo tendría dos motivos: una enfermedad en él, o una crisis matrimonial en la cual ella me iba a pedir alguna intervención. Eso suponía yo.

La dejé conversar; nos pusimos al día sobre nuestras vidas, los hijos tomando sus propios caminos. En el caso de ellos, los muchachos fuera de Colombia, y el nido vacío se fue llenando con Pilar, la mamá de Sofía, y con Mila, la perrita que dejó uno de sus hijos antes de partir.

Me fue describiendo la cotidianidad. Sofía empezó a contarme como Luis se mantenía hoy más preocupado por los demás del hogar que por ella. Las jaquecas, la indisciplina en su digestión, los cambios súbitos de comportamiento eran algunos de los síntomas. “No te angusties Sofía, tu mami lleva poco con ustedes. Siempre vivió en su propia casa y seguramente este cambio de entorno la tiene alterada”. Ella me frenó: “No, Eduardo, es que no es mi mami la que tiene esos síntomas. Es Mila, la perrita.”

¿Han ido a terapia de pareja?, pregunté.

- Estamos yendo al psicólogo, contestó Sofía.

- ¿El psicólogo los atiende en pareja o individualmente?

- Eduardo, es que el psicólogo no es para nosotros. ¡Estamos yendo al psicólogo de la perra!

- No me digas. ¿Y les ha servido?

- No mucho, pero el ambiente de la casa ha cambiado tanto, que hasta mi mamá está enferma. Lleva cinco días sin que le funcione el estómago.

- ¿Qué dice Luis?

- Es aterrador. En estos días llegué de una consulta y le dije que el doctor mandó seis supositorios y que yo necesitaba la ayuda de él para ponerlos. Luis no me dejó ni terminar. Dijo que por nada del mundo él le pondría esos supositorios a mi mamá. Que yo me encargara de semejante gorda. Llorando le contesté que no ofendiera a mi mamá y que los supositorios no eran para ella, sino para Mila. Sin pedirme perdón, trajo a Mila y la llenó de besos, mientras con una dulzura y una experticia que yo no le conocía, le puso el supositorio.

- Sofía, no te alteres. Salgan los cuatro juntos, intégrense.

- Eso trato. Pero mira, vamos en el carro y si mi mamá baja la ventanilla, Luis la regaña por el peligro de tanta inseguridad y por los calores. Mi mami humildemente la sube. Al rato Mila, pone involuntariamente la patica en la manija y baja la ventanilla, Luis dice: “¿Qué tal la inteligencia de Mila? Va a terminar manejando el carro”, y la deja ventaneando.

Llegamos a la veterinaria. Entre la consulta, el shampoo y los remedios pagó $1.353.000. Le pedí a Luis que parara en la farmacia para comprarle unas aspirinas a mi mamá y no te imaginas la cantaleta sobre los costos de la salud, la licuación de la sangre y la adicción a los medicamentos de las personas mayores. Toda esa cantaleta por menos de $20.000.

Le tiene una bronca a la señora que me va a hacer las uñas y a arreglarme el pelo. Pero no hay quien lo saque del lavadero cuando va la que baña a Mila.

Mi mami tiene antojo de cholado, afuera de las piscinas Olímpicas, y él, con un descaro, dice: “Siquiera me acordaron”, y sale es a comprarle a Mila paletas de hígado. ¡Gaaass!

A mi mamá le hicieron una biopsia en estos días y Luis me dijo: “Si sale positiva, no vamos a atormentar a tu mami con tratamientos invasivos”. En esta semana a Mila le encontraron una manchita en el paladar, peligrosa en esa raza. Ahí sí, Luis ya está averiguando por todo lado las quimios para perros.

Pero lo más triste es que el día del padre se tomó unos tragos y decía jumado: “¡No puedo vivir sin ella!”. Le pregunté, “¿sin mí o sin tu suegrita?”. “Nadaaa, ¡no puedo vivir sin Mila!”

¡Mira a dónde hemos llegado con estas mascotas!