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Esa Cali que sonríe...
Tenemos todavía muchos dolores por sanar y muchos problemas por resolver, pero la mayoría de nosotros tiene el ánimo, la disposición, la voluntad para encontrar soluciones.
Una de las cosas que más disfruto hacer en la vida, aunque ya no lo hago tanto como quisiera, es gozarme a Cali en silencio. Cada vez que puedo, elijo cuidadosamente alguna esquina o algún rincón urbano en el que pueda tomarme un café, comerme un chontaduro y sentarme a observar cómo fluye la vida en esta ciudad del asombro permanente.
Ese ejercicio solitario me ha permitido consolidar la tesis de que Cali no es una sola, ni se puede definir en términos absolutos. Esta ciudad, en realidad, es la suma de muchas ‘Calis’ que comparten un mismo espacio y que juntas dan vida a un espíritu muy particular al que llamamos ‘caleñidad’.
De un sector a otro, esta ciudad cambia radicalmente. Y no solo en su paisaje, sino también en su vibración, su energía, su manera de relacionarse con el mundo. Cali es cada vez menos ‘mainstream’ y cada vez más ‘hipster’. Es decir, no puede definirse como una ciudad con tendencias generalizadas, sino como la suma de muchas tribus urbanas con sus propios códigos, intereses y formas de relacionarse.
Tal vez, por no comprender eso, fue que muchos alcaldes en el pasado fallaron en su tarea de gobernar adecuadamente a Cali.
Un día, después de comprender eso, me pregunté si existía un rasgo único que uniera a todos los caleños, indistintamente del sector en el que habitaran o la ‘tribu’ a la que pertenecieran. Hice el ejercicio preguntando a varios amigos y encontré múltiples respuestas. El civismo, dijeron unos. La solidaridad, apuntaron otros. La bacanería, la rumba y la pasión también aparecieron en la lista.
Y todos tenían razón, pero la mayoría de esas ideas apuntaban a conceptos preconcebidos o provenientes de generaciones pasadas.
Hasta que, en ese ejercicio de observar a la ciudad en silencio, encontré la mía. Y seguramente no convencerá a muchos, pero es la que más me gusta. Yo creo que el rasgo que une a todos los caleños es la sonrisa natural que llevan en sus rostros. Y no es que todo el mundo aquí se la pase pelando los dientes. No. Es que incluso en aquellos momentos en los que no hay razones para hacerlo, la gente de Cali es capaz de sonreír con los ojos. Hagan el ejercicio de mirar con atención y se darán cuenta de que nos reímos para todo y por todo. Para saludar, para despedirnos, para trabajar, e incluso para atravesar el mar de la tristeza.
Eso es Cali. Y hoy escribo especialmente de eso, porque siento que en este año que se nos va Cali volvió a reconciliarse con su sonrisa. No es que la hubiéramos olvidado, sino que habíamos dado cabida a otras emociones: la ira, la indiferencia, la angustia, la desesperanza. Y todas ellas habían opacado nuestra capacidad de conectar con la alegría.
Después de cuatro años de desgobierno, anarquía y abandono, Cali respira hoy un nuevo ánimo. Muchas cosas grandes y pequeñas que ocurrieron este año nos han permitido volver a creer en el espíritu resiliente de esta ciudad. Una de las cosas que más disfruto es escuchar a tanta gente, de Cali y de otras ciudades, decir que hay razones de peso para estar aquí, para quedarse aquí.
Yo creo que eso fue producto no solo de un cambio de Gobierno, sino también del deseo que todos tuvimos de volver a unirnos en torno a grandes propósitos.
Sí, tenemos todavía muchos dolores por sanar y muchos problemas por resolver, pero la mayoría de nosotros tiene el ánimo, la disposición, la voluntad para encontrar soluciones. Y, ante todo, nos hemos reencontrado en el propósito de, como dijo Mario Benedetti, “defender la alegría como una trinchera”. Y es lo único que yo quiero pedir para Cali esta Navidad. Que en medio de la dureza de la vida seamos capaces, cada uno, de encontrar razones para mantener viva nuestra sonrisa.