Columnistas
Espinacas y chocolate
Londres esta patas arriba, expectante, culminando los preparativos de la coronación de Carlos III
La creatividad inglesa no tiene límite. Jamás imaginé sería testigo presencial de las vísperas de la coronación de Carlos III de Inglaterra. Gústenos o no, desde hace más de mil quinientos años Inglaterra ha tenido monarquía y así seguirá hasta que terminemos los homos sapiens en un museo como los dinosaurios (bajo el rótulo de especie extinguida y malévola).
Y el sábado será El Día Señalado. Londres esta patas arriba, expectante, culminando los preparativos. Ya está cerrada la Abadía de Westminster donde Carlos y Camilla serán ‘ungidos, bendecidos y consagrados’ por el Arzobispo de Canterbury, quien es el encargado de bautizos, matrimonios y funerales reales.
Calles cerradas. Toda esta enorme ciudad ya de por sí bellísima y única, con su sempiterna neblina y lluvia, pintada de blanco. Los monumentos lavados, las rejas de los múltiples palacios y parques brillantes, los cerezos en flor, los leones de Trafalgar Square imponentes y majestuosos, sus fuentes a todo dar. Los buses Hop-On y Hop-off de dos pisos de turistas que están llegando como hormigas de todas partes del mundo.
En el Lobby del hotel me encuentro con asiáticos, japoneses, africanos, sudamericanos, gringos, indios, rumanos en franca cordialidad. Todos. vienen a celebrar el acontecimiento de este siglo. La Coronación.
Se escuchan sirenas de policías y funcionarios de seguridad. No todos aquí en esta Isla son monárquicos. No quieren a Carlos. Les parece bajo de punto y lleno de chocheras. Y a Camilla no se la tragan, siguen recordando a Diana con reverencia y amor.
Sin embargo, la creatividad es ilimitada. Legos de miles de fichas recrean el Palacio de Buckingham con su balcón, la nueva familia saludando. Otros, con los jardines reales, los músicos y los británicos en su picnic real.
Una fábrica de chocolates ha hecho un busto de Carlos III a tamaño natural, que pesa más de 23 kilos y necesitó tres mil chocolatinas.
Tiendas y mercadillos con llaveros, banderines, ceniceros, mugs, camisetas, chaquetas, lápices, cajas de galletas, tarros de té, confites, muñequitos con la cara de Carlos sonriente.
Ya los teatros no se llaman ‘de su majestad la reina’ sino de ‘su majestad el rey’. Ya Elizabeth esta borrada del imaginario, sin embargo, tiene su propio museo cerca de Buckingham donde se venden sus efigies, cajitas de té, galletas, bolsos, etc. El comercio no para, pero la imagen es Carlos, a sus hijos ni los nombran. La Reina ha muerto, viva el Rey.
La Guardia Real o los ‘Beefeaters’ ya estrenan uniformes a su medida con la insignia del nuevo monarca, que pesan cada uno como tres kilos. Seis mil integrantes de las Fuerzas Armadas Británicas participarán en el mayor desfile del Reino Unido en 70 años. Más de sesenta aviones y los famosos ‘Red Arrows’ expertos en piruetas volarán el día D. La carroza es chapada en oro y tirada por seis caballos. Las calles del recorrido de varios kilómetros ya engalanadas con flores y separadores.
El Arzobispo de Canterbury, un personaje interesante, de gran carácter, cocinará una quiche de espinaca con la receta real que se ofrecerá en el picnic del domingo, para que cada británico pueda cocinarla en su vivienda.
En fin, parece que me hubiera metido de pronto en un viaje hacia otra dimensión. Mientras el resto del mundo se estremece y se quiere matar, en Londres solo se habla, se come y se piensa en The Crown. En estos días solo existe la próxima Coronación.
¡Ah!, se me olvidaba. El exmarido de Camilla, invitado especial y sus hijos y nietos en lugar privilegiado. Aquí todo es posible siempre y cuando se pronuncie correctamente y se tengan buenos modales en la mesa.
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