Columnistas
¡Exclusión!
No hay necesidad de tener un arma que asesine cuando la exclusión puede ser la herramienta más catastrófica en la construcción de salud emocional de las personas y de los pueblos.
En la lista de invitados para la fiesta de Juan, no apareció tu nombre. Te excluyeron. El jefe realizó convocatoria para el ascenso y no estabas allí. Los amigos formaron equipo de fútbol y no te tuvieron en cuenta. La fila para lograr el turno médico se copó un puesto antes de que tú llegaras: quedaste excluido. El chico que te encantaba eligió a otra pareja para asistir al baile y tú quedaste por fuera. No me gusta la nueva esposa de mi hermano: está out. Podríamos seguir enumerando ejemplos de la exclusión que se vive a diario y que impacta tan fuerte la autoestima.
La exclusión es rechazo. Es un inri que golpea el ego y que compromete el bienestar. Es desconocimiento del otro. Cada quien tiene su particular bitácora de exclusiones y conoce cuán definitivas pudieron ser en su propia historia. Hay muchas que nunca se olvidan y recordarlas es abrir de nuevo la herida. Porque si te excluyen, no te reconocen, eres ‘invisible’, no existes. ¡Duele!
De allí la necesidad por pertenecer, por ser parte de algo. El otro u otra, desde bebé, me ‘construye’ como ser humano, es mi espejo para permitir reconocerme. Pero si me excluyes, me pierdo, desaparezco. Somos seres vinculantes, no podemos vivir sin estar conectados unos con otros, para bien o para mal. La conexión humana forma parte del ADN físico y emocional. No nacemos por generación espontánea, por tanto, siempre existe un vínculo con alguien, así no nos guste esa relación.
La conexión no es opcional, sí o sí hay que tenerla. Bert Hellinger, padre de las Constelaciones Familiares, concluyó que uno de los principios básicos de salud mental es el sentido de pertenencia. Pertenecer significa ‘hacer relación a otra, o ser parte integrante de ella’. Estar conectado con alguien es vital como medida de sobrevivencia. Existo porque tú me reconoces. No estarlo.
Por eso, los migrantes que buscan nuevos horizontes donde consideran que tendrán mejores oportunidades, pueden lograr su objetivo económico, pero es posible que no terminen vinculándose: no pertenecen a la comunidad donde habitan, siempre cargan el sello de extraños, sentirán la exclusión. Por ello el tamaño de sus nostalgias, anhelan volver.
Y es allí cuando se evalúa si lo económico es el factor más determinante para la sobrevivencia. El migrante siempre tendrá el sello de la exclusión, de la no pertenencia. Y su historia y la de sus descendientes estará marcada por ese rechazo. No ser reconocidos por esa cultura ni por esa sociedad.
El negro fue excluido, también el indígena. Ni qué decir de la mujer en la sociedad patriarcal. Cubanos, venezolanos, colombianos, judíos… hemos sentido el peso de la exclusión que trae pegado el rechazo, el desconocimiento. No hay necesidad de tener un arma que asesine cuando la exclusión puede ser la herramienta más catastrófica en la construcción de salud emocional de las personas y de los pueblos.
Sentirnos superiores, rechazar al otro, es un acto de barbarie emocional. Es como negarle el derecho a la existencia. La polarización excesiva que se vive creó nichos de protección y exclusión que afectan profundamente la salud mental. El bullying es exclusión. La migración es exclusión. La belleza es excluyente, las religiones son excluyentes. La exclusión está por todos lados, no mata, pero sí aniquila. Y tú, ¿a quiénes excluyes?
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