Opinión
Galán y el fin de un mito
Cada quien lo interpretó a su manera, pero el 8 de agosto de 1989 quedó como una fecha imborrable para muchos.
El tiempo y los datos ciertos se encargan de apagar las luces que encandilan con titulares de prensa o retórica ampulosa cuando se trata de engrandecer personas. Ya me había empezado a ocurrir con la figura vuelta casi mito de Luis Carlos Galán, cada día más desdibujada por sus propios herederos, los reyes en el aprovechamiento político de un padre que a duras penas lo pudieron conocer. Pero el puntillazo lo da el libro Las Distancias, del escritor Sergio Ocampo, publicado por el Fondo de Cultura Económica.
Se trata de un relato en primera persona del hijo oculto de Luis Carlos Galán; el hijo natural, Luis Alfonso, que tuvo a los veinte años con la empleada del servicio de la casa de sus padres en Bogotá: María Isabel Corredor. Logró el apellido Galán en los estrados judiciales, cuando ya su padre, el personaje, llevaba cuatro años sepultado. No valieron el parecido físico, las evidencias de la familia, la certeza conocida familiarmente para que pudiera crecer con la legitimidad que necesitaba para crecer con serenidad. Luis Carlos Galán lo ocultó, la familia paterna lo ocultó, los Galán Pachón lo ocultaron. Una triste historia, llena de oprobios y humillaciones que los deja a todos muy mal parados.
Las razones de la escritura del libro que da el autor del porqué del libro encierran de alguna manera una decepción. Para toda una generación de la que formar parte Sergio Ocampo, la figura de Luis Carlos Galán fue un bautizo político. Fue una referencia: ser ministro a los 27 años, embajador a los 29, senador a los 38, en el primer intento además, candidato presidencial a los 41 y de esa primera admiración por el Nuevo Liberalismo quedó una cosecha de líderes de todas las vertientes que van desde Germán Vargas hasta Gustavo Bolívar. Cada quien lo interpretó a su manera, pero el 8 de agosto de 1989 quedó como una fecha imborrable para muchos.
Pero es ese mismo Galán mítico es el que se desvanece a lo largo del libro. Precisamente porque aquella grandeza de hombre público se minimiza en su comportamiento como ser humano al enfrentarse a la realidad de tener un hijo bastardo. Se desnuda su cobardía al descubrir la realidad de ese hijo a los 22 años con la empleada doméstica, algo que casi nadie sabía y que él guardó en el más absoluto secreto por considerar que dinamitaría su carrera política.
Y así lo explica el autor: “Resulta una paradoja casi inverosímil ver que aquel hombre que no temía enfrentar a esa bestia sanguinaria llamada Pablo Escobar, se muriera de miedo del qué dirán de las élites bogotanas y las estirpes políticas. Imaginé entonces su esquizofrenia por saber que el gran secreto de su vida dependía de una campesina iletrada, y de un muchacho que no daba pie con bola en un colegio parroquial o en otro, que fue labriego, pastor, mensajero y supernumerario, que intentó ser ciclista, y que a los trancazos logró validar su bachillerato, al cumplir los 28″. También paradójicamente fue su hijo, de las últimas personas en verlo el 18 agosto.
Luis Carlos Galán, pero también sus hijos, todos, a excepción del menor, Claudio, con aspiraciones políticas, quedan en evidencia en su pequeñez humana en esta historia que Luis Alfonso necesitaba contar y que Sergio Ocampo escuchó y se atrevió con su pluma a dispararle al dispararle al héroe, al mártir, al mito.
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