Un caso de reconciliación
El caso del EPL y los empresarios bananeros en Urabá ofrece muchas lecciones sobre las posibilidades exitosas de reconciliación luego de un conflicto que dejó tantas víctimas.
El caso del EPL y los empresarios bananeros en Urabá ofrece muchas lecciones sobre las posibilidades exitosas de reconciliación luego de un conflicto que dejó tantas víctimas.
El EPL comenzó a realizar trabajo político entre los obreros de las bananeras de Urabá al menos desde finales de los 70. La actividad sindical se mezcló entonces con la idea de una revolución social a través de las armas. Por decirlo de alguna manera, Sintagro se convirtió en la vanguardia obrera del EPL. No fue la única guerrilla en la zona que mezcló sindicatos con insurgencia armada. Las Farc también tuvieron su sindicato, Sintrabanano.
A principios de los 80 la situación de seguridad en la zona entró en crisis. Para ambas guerrillas era estratégico el control de la zona. De las zonas rurales y montañosas bajaron a las cabeceras municipales que se formaban alrededor del banano y del comercio. A través de milicianos comenzaron a vigilar la población y alrededor de los pueblos sus tropas, uniformadas y con fusil al hombro, controlaban el área.
Fueron tiempos sangrientos. El secuestro y la extorsión se dispararon.
Muchas fincas bananeras fueron destruidas y sus administradores asesinados. La guerra sucia desde todos los lados se desató. Primero cayeron los políticos de los partidos tradicionales, fueron literalmente sacados a bala del juego democrático. Luego siguieron los directivos de los sindicatos. Y cuando se creó la UP no hubo compasión con sus dirigentes.
Los muertos fueron demasiados porque muy rápidamente no se hizo distinción con la población civil. Ya en 1978 las Farc habían cometido una masacre en Chigorodó de once campesinos. Sería un asunto menor con las que vendrían en 1988, cuando los paramilitares de Fidel Castaño hicieron una incursión y dejaron casi un centenar de víctimas en una seguidilla de masacres en fincas bananeras.
Los paros violentos de finales de los 80 hicieron temer que el sector bananero dejara de ser viable en la región. Tan solo la devaluación salvó al sector de la quiebra. Sin embargo, para 1991 hubo una salida parcial para la situación de violencia. El EPL se comprometió con un proceso de paz. Las ideas habían cambiado. Ahora el objetivo de su dirigencia no era la toma del poder y la revolución social, sino que optaron por una solución más realista y menos confrontacional.
Hicieron política en la región con éxito. Ganaron varias alcaldías, puestos de concejos municipales y asamblea departamental. Pero, sobre todo, dejaron a un lado las reivindicaciones políticas en las reclamaciones como líderes sindicales. Las negociaciones con las empresas bananeras se centraron en los asuntos concretos de la situación laboral de los obreros y de los excombatientes. Los empresarios que antes fueron víctimas del secuestro, la extorsión y el saboteo estuvieron dispuestos a empezar de ceros y contribuir al proceso de reintegración social. Incluso un grupo de desmovilizados que convirtió una antigua invasión de tierras en pequeñas parcelas plataneras se vinculó con el mercado mundial de plátano gracias a los cupos que estos empresarios le abrieron en su infraestructura de comercialización y transporte al exterior.
No ha sido un proceso exento de problemas, pero hoy en día lo ocurrido en Urabá tiene mucho qué enseñarle al resto del país en cómo superar los resentimientos de la guerra y crear una situación mejor para todos.
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