Malditos periodistas
Iluso aquel que piense en dedicarse al periodismo para que lo quieran. Para empezar, el periodismo no existe para hacer amigos.
Iluso aquel que piense en dedicarse al periodismo para que lo quieran. Para empezar, el periodismo no existe para hacer amigos. Los periodistas no tenemos amigos. No al menos en términos de la relación fuente-periodista.
Que no se malinterprete el comentario: no es que seamos desleales, poco confiables o traicioneros. Al contrario. La mayoría de periodistas que conozco son gente grata en su trato personal. Pero en lo profesional, la amabilidad puede no ser más que una de tantas herramientas para lo único que nos mueve: la búsqueda de la verdad. A los honestos, digo. Que torcidos y deshonestos también los hay.
Muchas de las personas que tienen relaciones profesionales con los periodistas se confunden. Creen que la cercanía genera vínculos más fuertes que los del deber profesional. Es ahí donde comienzan los problemas, porque si los periodistas no hacen lo que la gente quiere que hagan, se empolla la idea de que el periodista traiciona.
Repito: los periodistas no tenemos amigos. Por supuesto que somos seres humanos comprometidos con la idea de respetar a los demás, de prodigar un trato educado a nuestros semejantes y de no vulnerar a los otros. Pero suele pesarnos más el deber que la compinchería.
Otro concepto que difícilmente se entiende es que somos periodistas las 24 horas del día. Lo explicaré de una manera sencilla: conozco un contador que ama su trabajo, pero después de las cinco no quiere que le hablen de números, de liquidaciones tributarias o de retenciones. Para los periodistas no existe eso de las cinco de la tarde.
Y en razón de que siempre somos periodistas y de que este es un oficio que no se ejercita para cosechar amistades, estamos acostumbrados a ser pera de boxeo. El de los periodistas es un gremio en el que hay que curtir la piel para que se vuelva duro cuero. Desarrollamos un blindaje natural a partir de la experiencia.
Por estos días, y a propósito de esto que les cuento de nosotros los periodistas, me he visto comprometido en tres o cuatro episodios sociales que parecen el uno calcado del otro. Y todos directamente vinculados con los delicados escenarios sociales de protesta en que nos movemos los colombianos.
En un puñado de charlas me han dicho que lo que está pasando con los paros y manifestaciones es culpa de los periodistas, que con nuestro excesivo cubrimiento hemos sobredimensionado una situación que era diminuta. Gente muy parecida a esa, con un par de ojos, cuatro extremidades y un cerebro de dos hemisferios, me ha comentado exactamente lo contrario: que las marchas son multitudinarias, así como las manifestaciones populares de inconformismo, y que los periodistas las hemos desestimado y estamos empeñados en mandar el mensaje de que no son tan significativas.
No me preocupa. Todo lo contrario: me alienta comprobar que no estamos dejando satisfecho a ningún sector, porque nada más peligroso que el periodismo complaciente. Gran noticia esa de que los periodistas colombianos no hacemos parte de clanes, grupos, logias, partidos o movimientos. De allí lo peligroso que puede resultar el que un periodista sea militante. Pero eso es tema de otra columna.
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Ultimátum. Me escribió Javier, desde Bucaramanga, proponiendo que dejemos un par de días de informar sobre las marchas. Le contesto que, de hacerlo, habría que marcharnos del periodismo.
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