¿Distopía o realidad?
Desconcierta el alud de anuncios y la búsqueda del gobierno nacional de enemigos: el enemigo interno, los herederos de blancos esclavistas, las empresas, las carreteras de cuarta generación
Tal vez las generaciones de mitad del Siglo XX no comprendamos suficientemente las razones por las cuales se ha perdido la certeza de un mundo mejor augurado por los movimientos de paz y libertad que inspiraron a la juventud de aquél entonces. No fue suficiente el fin de la guerra fría, ni la apertura de espacios a la contracultura o el avance de la ciencia y la tecnología, para que pronto la amenaza nuclear, la polarización y el calentamiento del planeta pasaran factura al relativo progreso y bienestar alcanzado.
Pareciera que enfrentamos un momento imaginario de la sociedad en el que no se quisiera estar, una distopía al estilo de novelas de ficción que abordan la complejidad en situaciones límite originadas en poderes totalitarios, en la deshumanización o en la peste del olvido como ocurrió en Macondo.
Borrar las huellas del hombre en su tiempo, arqueológicas, literarias o artísticas, en la cuales nuevas generaciones puedan leer la historia en su contexto, es un extravío del entendimiento; los movimientos revisionistas del pasado censuran expresiones que no se identifiquen con el pensamiento de hoy, el de ellos claro, toda una necedad; modifican textos literarios clásicos (como se intentó con los cuentos infantiles de Road Dahl) a fin de ‘corregir’ palabras que afecten la sensibilidad de ahora y ejercen la dictadura del lenguaje “inclusivo” en extremos que rayan en el ridículo; o cobran ofensas de siglos anteriores a descendientes inocentes atizando rencores o lucha de clases.
Desconcierta el alud de anuncios y la búsqueda del gobierno nacional de enemigos: el enemigo interno, los herederos de blancos esclavistas, las empresas, las carreteras de cuarta generación (porque por allí entran productos importados), la oligarquía, el neoliberalismo, el petróleo, el gas, el actual sistema de salud, la inversión privada, etc., acusados en una relación kafkiana entre el poder y la culpa de ellos por todo y por nada.
Cada concepto de los imputados tiene una naturaleza, un momento y unas circunstancias, pero son reducidos a meros instrumentos del discurso para calentar emociones y aceitar el populismo, sin consideración al fondo de cada asunto y el análisis que amerita en el momento y lugar apropiado. El ‘neoliberalismo’ con su prefijo ‘neo’ acuñado, es término fetiche de moda o comodín reconocido como tal por voces de la propia izquierda.
Quién sabe si sea mejor desconectarse e ir por el camino del asombro y el placer a la letra de maestros de la literatura de ciencia ficción, en tramas y horizontes fantásticos, tal vez posibles: son especie de metáforas para revisar un presente. En Los Desposeídos. Una utopía ambigua, la inigualable Úrsula K. Le Guin, desarrolla dimensiones inverosímiles que conectan con el lector al contrastar realidades y problemas de las ideologías, la inconformidad y los sentimientos: dos planetas con diversos sistemas, irreconciliables, uno capitalista, y el otro ampara a los anarquistas del primero exiliados tras una revolución fallida con la utopía de conformar una comunidad solidaria.
Las contradicciones en ese ámbito, el encuentro con el lado bueno y el malo de las cosas aun queriendo mejorar llama a la reflexión y a considerar que, en cualquier sistema político, incluso inspirado en la libertad y la cooperación, habrá dificultades, situaciones inesperadas y la posibilidad de construir aún en el disenso.