Columnistas
Heroísmo silencioso
Aún muchos ciudadanos denigran e irrespetan a la Policía, la juzgan sin contemplación por sus yerros individuales e institucionales y no valoran su trabajo.
Kelly Rodríguez es una patrullera de la Policía, y Las Vegas, una de las bandas dedicadas a la explotación sexual de niñas menores de edad en Los Mártires, en Bogotá. La agente, con apoyo de la Fiscalía, dedicó nueve meses a conocer y desentrañar la estructura de esa organización criminal y a recaudar pruebas para las quince órdenes de captura de sus integrantes y, lo más importante, para liberar a decenas de niñas del proxenetismo.
No fue tarea fácil; implicó el análisis de redes sociales en las que se ofrecían los servicios con las menores, pasar largos días simulando ser vendedora de tintos de la zona, hasta infiltrar la banda al hacerse pasar por prostituta, exponiéndose a ese sórdido submundo y colocando en riesgo su vida, pues algunos sospechaban de su identidad real. Noches de frío y acoso, lejos de su hija y de su esposo, quienes no sabían la razón de su ausencia.
Andrés Camilo Ramírez también es patrullero, integrante de una de las vilipendiadas compañías del rebautizado Esmad. Se encontraba en una operación antidisturbios en Antioquia cuando fue sorprendido por una granada de parte del Eln, ‘infiltrado’ en la ‘protesta social’. Pese a quedar herido, empezó a evacuar a siete de sus compañeros que estaban en peor condición, hasta que explotó la segunda granada justo donde él estaba.
El impacto de esta fue devastador: las esquirlas se incrustaron en sus piernas, le destrozaron un pulmón y lo dejaron tuerto. El patrullero, con asfixia, sangrando su cara y con dificultad para desplazarse, regresó como pudo donde sus compañeros heridos y los sacó a un lugar seguro. Luego perdió la conciencia despertando en un hospital. Era superior jerárquico de sus compañeros agentes y se la jugó por ellos, sin importar su condición de salud y su vida.
Estas son las historias, abreviadas, de los dos agentes que compartieron el galardón de Policía del Año, que otorga cada año la Fundación Corazón Verde, que desde hace 23 años trabaja con las familias de los policías, y en especial la de los fallecidos en ejercicio del deber y que, luego de un riguroso proceso de selección, premia a sus integrantes en distintas categorías. Una bellísima labor que ayuda a recordar el heroísmo de quienes suelen ser olvidados.
Este año también fueron premiados el patrullero Andrés Felipe Romero, quien se ganó la confianza de las barras de los equipos de fútbol en Bogotá vinculándolos a actividades que les permiten llevar a cabo su pasión sin violencia y la subintendente Sara Liliana Tabares, quien puso en marcha un sistema de información que supervisa los procesos de investigación en todo el país mejorando la eficiencia en la lucha contra el crimen.
Los 453 nominados y 11 finalistas de 2023, como todos los años, terminan siendo una mínima representación de la tarea en ocasiones invisible que realizan más de 160.000 policías en el país, en las zonas urbanas y rurales, combatiendo el delito y el crimen organizado, protegiendo la ciudadanía, preservando el orden, cuidando la infraestructura. Seres de carne y hueso, la mayoría de origen humilde, con hijos, y que realizan una tarea ingrata.
Ingrata, porque aún muchos ciudadanos denigran e irrespetan a la Policía, la juzgan sin contemplación por sus yerros individuales e institucionales y no valoran su trabajo. Las luces se apagaron casi por completo en el lugar del homenaje; quienes portaban fotos de los 161 policías fallecidos en el último año, se pusieron de pie uno después de otro con una vela encendida, con un respeto triste, mientras se escuchaba el himno al compañero. Merecido tributo a unos héroes silenciosos. Cómo sería de distinto Colombia, si todos llevásemos con orgullo un corazón verde.
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