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IPetro
El hecho de querer una norma distinta a la vigente, no libera al Presidente de la obligación de aplicarla. Es el caso del narcotráfico, la despenalización del consumo y la persecución de la generación ilícita de dineros...
No soy seguidor de los discursos ni de los trinos del presidente, porque tempranamente aprendimos locales y extranjeros que sus dichos no se corresponden con sus obras. Así, los mercados y los inversionistas mantienen una cierta calma frágil, que se traduce en una tasa de cambio estable en un entorno impredecible. Las calificadoras de riesgo han descontado los discursos presidenciales de sus análisis. En política, los anuncios y ansias públicas del mandatario, ignoran que el Congreso y las altas Cortes tienen sus propios espacios y responsabilidades, y por eso no pasan incólumes en esas instancias cuando por fin logran convertirse en iniciativas en blanco y negro para ser discutidas como leyes, aprobadas al tenor de la Constitución.
En los retiros espirituales, los medios resaltan el desespero presidencial, porque sus deseos no se ejecutan; porque la ley y la Constitución política no permiten la toma autoritaria inmediata de decisiones; porque hay procedimientos y balances que hay que respetar, en democracia. Ministro que sea incapaz de decirle no a un presidente, corre el riesgo de fracasar ante su jefe, ante los órganos de control y ante los jueces. Cambiar a los ministros que dicen que no se puede, parece ser la segunda causa de fugacidad de este gabinete. La primera es no saber cómo hacer las cosas que sí se pueden hacer.
Oí hace poco en radio un trino de Petro. Es más desconcertante que lo usual en este manido procedimiento comunicacional errático. Lo usa para dar opiniones sobre tarifas de la luz, cambio climático, Gaza, Ucrania, y Guatemala, sobre la nueva Ruta de la Seda, el agua y los chivos de La Guajira. Me dicen que no ha actuado con el mismo entusiasmo sobre la deportación de Saab a Venezuela, sobre la amenaza de anexión del Esequibo guyanés o sobre los secuestrados y atentados del Eln y demás grupos armados de carácter político o criminal a secas, que están en la manguiancha Paz Total.
Dice en su primera frase: “Es fácil quitarle a la palabra ilícito la i y se lee lícito. En esa maniobra, en la realidad, consiste la paz de Colombia”. Ilícito es todo lo que no está permitido por la ley. Es una definición liberal que no tiene en cuenta la moral o la conveniencia; solo la conformidad con las normas que rigen una sociedad, expedidas de acuerdo con la Carta Fundamental. Para cambiar de carácter un acto ilícito, se requiere cambiar la ley. No solo cambiar una letrica. ¡Oh!, memoria del ‘articulito’ de Uribe. ¡Cómo los extremos se parecen!
La función del presidente en materia de aplicación de las leyes es garantizar su enforzamiento. Debe promulgarlas, obedecerlas y velar por su cumplimiento estricto. “Dura lex sed lex”, la ley es dura, pero es la ley, es el principio que nos libra de la arbitrariedad y en él radica el buen funcionamiento de la democracia en cuanto a ejercicio, protección y promoción de los derechos de los asociados. El hecho de querer una norma distinta a la vigente, no libera al Presidente de la obligación de aplicarla. Es el caso del narcotráfico, la despenalización del consumo y la persecución de la generación ilícita de dineros del crimen organizado. Querer despenalizar a los adictos y pasarlos al plano de la atención en salud, requiere un proceso largo y difícil, no una orden simple. Cambiar los cultivos ilícitos por lícitos implica un esfuerzo de varias generaciones y recursos ingentes, no solo buenos deseos. Perseguir a las mafias necesita una Fuerza Pública robusta, no afectada en su moral por anuncios que no se cumplirán antes de varias décadas. Pasar de lo ilícito a lo lícito en la producción, comercio y acumulación de dinero de las drogas, implica una negociación social profunda, con consensos, fortaleza del Estado y apoyo internacional político y económico.
iPetro cada vez más se acerca i-responsablemente al precipicio, en el que tendrá que escoger entre las instituciones y su vanidad verbal e ideológica.