Columnistas
Ir a la ciudad
La migración y el nomadismo son prácticas ancestrales
Leonardo Padura escribe en su último libro que: “Una ciudad son muchas ciudades en el tiempo y en el espacio y, a la vez, es una sola, en un espacio más o menos preciso y a lo largo del curso indetenible del tiempo” (Ir a la Habana, 2024, p. 27). En ellas muchos de sus aspectos y costumbres cambian y a la vez cambian a sus ciudadanos y lo contrario, pero otros permanecen conformando su patrimonio cultural: urbano, arquitectónico, histórico, social y económico.
Como Padura afirma: “Entre el conocimiento de una ciudad y la capacidad de poseerla existe un mar de aprendizaje, de intenciones, de encuentros fortuitos que se producen o no, de búsquedas conscientes o no” (p. 87). De ahí la pertinencia de haber habitado por mucho tiempo una ciudad y haberla estudiado, para poder opinar responsablemente sobre ella; y con mayor razón para gobernarla adecuadamente, o saber asesorarse adecuadamente de los que sí la conocen.
Y recuerda Padura, que: “Todas las ciudades son más grandes, profundas, intensas y diversas de lo que dejan ver a quien las recorre, incluso a quien vive en ellas” (p. 87). El puente de Karlvu en Praga, el Danubio entre Buda y Pest. R, la plaza Djemaa-el-Fna en Marrakech, la bahía de Guanabara entre Niteroi y Río, varias partes de París, las Ramblas en Barcelona, la Alhambra toda, recodos de Cambridge, Brujas, Ámsterdam, la Haya, los Propileos en Atenas, el Central Park.
Por supuesto, para nada está de más repetir que: “Las ciudades […] generan sus culturas propias. Costumbres, tradiciones, ritos, representaciones, normas idiomáticas que le confieren su identidad peculiar” (p. 103). Además de ser el ámbito del comportamiento de sus habitantes en los espacios urbanos públicos, y sus preferencias, manifiestas o no, sobre su urbanismo, paisajismo, arquitectura y mobiliario, y sus distintos usos; los que a su vez la transforman.
“Esa condición de ente palpitante [que] se manifiesta a través del crecimiento, de las transformaciones y hasta de las convulsiones no siempre deseables de la trama urbana, y puede suceder ante nuestros ojos o, de manera evidente, o el plazo vital de una generación”. (p. 321). Las ciudades son entes que no son inertes, pues todo el tiempo cambian lenta o rápidamente, aunque casi nunca lleguen a ser de verdad actuales y no simplemente ya “pasados de moda”.
Además: “Históricamente, las poblaciones se han movido. Empujadas por alguna crisis, guerra, catástrofe, en busca de mejores oportunidades. La migración y el nomadismo son prácticas ancestrales.” (p. 142). Ciudades y ciudadanos que cambian permanentemente, pero no siempre al mismo tiempo y no con la misma intensidad ni en la misma dirección, y de ahí que toda ciudad sea muchas ciudades y que cada uno de sus habitantes no sea el mismo a lo largo de su vida.
“Esa [ciudad] múltiple y única, tan múltiple y tan única como cualquier ciudad del mundo, con sitios visibles y rincones tapiados como los de otras muchas ciudades del mundo, es [aquella] que en el año [2024] vive el instante de un extraño esplendor surgido sus ansias y esperanzas…” (p. 152). Ir a esa ciudad, la de cada uno en cualquier parte del mundo, es a lo que induce este grato, interesante y pertinente libro de Leonardo Padura para mirarla con otros ojos.