“Lindo país Colombia”
legaron las Farc y el país quedó bajo sus garras 50 años: asesinatos, secuestros, extorsiones, en fin, todo el catálogo del Código Penal.
24 de ago de 2022, 11:40 p. m.
Actualizado el 17 de may de 2023, 12:55 p. m.
En mis años universitarios en Bogotá, todas las tardes a eso de las 5:00, un grupo de liberales se reunía en el Café de la Paz, en la entonces angosta Calle 19, unos metros arriba de la Séptima. Estábamos en plena dictadura de Rojas Pinilla y los contertulios formábamos en la oposición.
A esa mesa llegaban Octavio Toro, Alfonso Calderón, Héctor Jaramillo Hoyos –el más valiente de los valientes liberales, porque escapó de la muerte en Tuluá pues en su periódico ‘El Pueblo’ daba cuenta de los crímenes de El Cóndor; y en Bogotá publicó ‘Colombia libre’, destinado a combatir el régimen militar-, Carlos Lemos Simmonds, Norman Zuluaga, Álvaro Salom Becerra, quien de modesto empleado público pasó a ser destacado autor de novelas, como la célebre ‘Don Simeón Torrente ha dejado de deber’; y este servidor, cuya pensión de estudiante quedaba cerca.
Ocasionalmente aparecía Flavio Cruz Domínguez, un bugueño bogotanizado, de fino humor y dueño de una ironía devastadora. Cuando Flavio se enteraba de una de las idioteces que con frecuencia cometemos los colombianos, soltaba una frase que sintetizaba la absurda conducta nacional: “lindo país Colombia”.
Viene a mi mente esa sentencia cuando observo el desinterés con el que muchos actores de la política ven el fenómeno de la guerra permanente que sufrimos desde la creación de la República.
Si uno lee el magnífico libro de Rafael Pardo Rueda sobre las guerras que hubo en Colombia en el Siglo XIX, podemos aceptar que de esos conflictos bélicos solo quedaron más odios y más desencuentros. Casi todos fueron declarados por los jefes liberales de turno buscando la protección de los derechos conculcados, y casi todos los perdieron, y los vencedores les apretaron más las clavijas.
En la centuria siguiente ya no hubo guerras declaradas sino violencia abierta entre 1946 y 1957, que pudo conjurarse durante los 16 años del Frente Nacional, que logró sentar en la misma mesa a liberales y conservadores para repartir entre ellos milimétricamente el poder. El miti miti perfecto.
Llegaron las Farc y el país quedó bajo sus garras 50 años: asesinatos, secuestros, extorsiones, en fin, todo el catálogo del Código Penal. Un presidente osado jugó su prestigio en un proceso con el que pretendía sacar a ese grupo insurgente del conflicto. Logró un acuerdo en medio de los torpedos que disparaban quienes alegaban que aquí no había conflicto armado sino una taifa de bandidos que debía derrotarse con la fuerza de las armas del Estado.
Llegó a tal punto la dura censura al acuerdo suscrito en La Habana, que en el plebiscito refrendatorio la mayoría “emberracada” votó por el No. Se pudo sacar a flote, pero quedó con plomo debajo del ala, como decía mi querido Libardo Lozano Guerrero.
Ahora, Gustavo Petro convoca a los colombianos para alcanzar “la paz total”, y ahí saltan los mismos a poner palos en la rueda al noble propósito, que, para mí, es el mejor del Presidente. Cuando todos deberíamos cerrar filas en apoyo a ese conato pacificador hay quienes lo atacan con argumentos increíbles.
A estas alturas de la vida, cuando solo aspiro a que mi familia y todos mis compatriotas puedan vivir sin el sobresalto diario del atraco, del robo, del temor a la muerte violenta, y sin el estruendo de esta violencia atroz que compromete el porvenir del país.
Si Flavio Cruz no hubiera pasado a la otra galaxia, al ver a ciertos colombianos oponerse a que la paz sea total, diría con su acento cachaco pues el bugueño lo dejó al llegar a Bogotá: “lindo país Colombia”.
Eso mismo digo yo.
Abogado con 45 años de ejercicio profesional. Cargos: Alcalde de Tuluá, Senador y representante a la Cámara, Secretario de Gobierno y Secretario de Justicia del Valle. Director SAG del Valle. Columnista de El Pais desde 1977 hasta la fecha.