Columnistas
La casa común
La empresa es vista como una casa común en la cual deben coexistir en armonía los trabajadores, los accionistas, los proveedores, el medio ambiente y el Estado.
Ayer, como todos los Primero de Mayo, se conmemoró el Día Internacional del Trabajo. Un espacio que más allá de su tinte político sirve para resaltar los logros y prerrogativas alcanzados por los trabajadores, gracias a un esfuerzo articulado que busca la obtención de garantías y derechos laborales.
Su origen data del Siglo XIX, cuando un grupo de trabajadores alzó su voz contra las adversas condiciones laborales fruto de la revolución industrial.
Eran épocas donde las jornadas laborales diarias superaban las doce horas, y las ideas de seguridad laboral, así como la higiene en el trabajo, eran precarias o inexistentes. Los salarios eran bajos y la mano de obra mal calificada.
Todo lo anterior sirvió de chispa para que en mayo de 1886 trabajadores de Chicago decidieran movilizarse por cuatro días buscando mejores condiciones laborales.
Durante la marcha estalló una bomba, la cual causó la muerte de policías y manifestantes, generando que la fuerza pública abriera fuego contra las personas que se movilizaban. Se arrestaron a los líderes de la marcha y cuatro de ellos fueron condenados a la pena capital, y hoy se les conoce como los Mártires de Chicago.
Es un duro recuerdo, sin embargo, es innegable que todos los que hemos trabajado para una empresa hemos sido beneficiarios de los sacrificios de quienes en el pasado han luchado por la mejora de los derechos laborales.
Ahora, no es menos cierto que en pleno Siglo XXI la evolución de estas garantías y derechos han sido muy importantes y que hoy, las empresas tienden a ser muy diferentes a sus homólogas de siglos pasados.
La visión de la empresa tirana no solo es anacrónica, sino que no se colige con la realidad. La dialéctica que busca incentivar la lucha de clases también resulta instrumental a ciertos sectores políticos que ven en los argumentos del pasado la manera de perpetuarse en el poder.
Hoy en día, gran parte de las organizaciones empresariales han entendido que su mayor activo es la gente, y, por lo tanto, sus colaboradores. Se han preocupado por formarlos, protegerlos, generar una mejor calidad de vida para ellos y sus familias.
La empresa es vista como una casa común en la cual deben coexistir en armonía los trabajadores, los accionistas, los proveedores, el medio ambiente y el Estado. A todos les tiene que ir bien.
Todos los que habitan en ella deben proteger el medio ambiente para poder usar los recursos naturales para poder producir, pero también subsistir. Se deben pagar los impuestos para que el Estado pueda financiarse y realizar la inversión social, debemos pagarle bien y a tiempo a los proveedores para poder darle continuidad al ciclo de los negocios. Los accionistas deben recibir sus utilidades por haber invertido y corrido el riesgo de emprender. Y por supuesto, los trabajadores deben gozar de bienestar y condiciones óptimas para desarrollar su labor.
El equilibrio y armonía de un hogar es un buen símil para entender que si las exigencias de los trabajadores son excesivas, a la empresa le va a ir mal. Igual sucedería si no se protegiese y cuidase a los colaboradores.
Puede sonar duro, pero si no existiesen las empresas, no habría derechos laborales para proteger; pero tampoco estas podrían sobrevivir, sin trabajadores.
Cuidemos la casa común llamada empresa, no hay mejor instrumento para promover el bienestar y desarrollo social que la generación de empleo. Y hasta donde yo sé y he podido entender, el empleo, sacando el estado, solo se genera en ella.
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