Columnistas
La ciudad de la furia
En el MÍO, como en todos los sistemas de transporte masivo del mundo, pasa de todo, nacen y mueren personas, se transportan las vidas, sueños y problemas de millones de almas.
Soy usuario y defensor del MÍO. Anoche viajé, tarde, en la ruta T31 desde Universidades hasta la estación San Pedro en el centro de Cali, toda una aventura: tres cantantes, un cómico y cuatro vendedores de dulces amenizaron el trayecto que además tuvo la presencia de dos habitantes de calle drogados que huían de un motociclista a quien al parecer habían robado.
En la estación San Bosco, una de las más peligrosas de todo el sistema, fueron alcanzados por la moto y la pareja se lanzó a la calle sin que los pasajeros supiéramos el final de la historia. Todo esto en 40 minutos de vértigo dónde los dos indigentes gritaban y reían según se aproximaba o se alejaba el perseguidor que trataba de alcanzar el bus.
En el MÍO, como en todos los sistemas de transporte masivo del mundo, pasa de todo, nacen y mueren personas, se transportan las vidas, sueños y problemas de millones de almas.
El metro de Tokio tiene a los ‘Oshiyas’, empujadores de gente que empacan a punta de empujones a quienes no caben en los atestados vagones, que pese a la puntualidad y seguridad, no dan abasto y eso que pasan cada dos minutos.
Aquí tenemos a los Gestores de Convivencia de Metrocali, valientes que con un megáfono ponen a los colados al descubierto hasta lograr que paguen su pasaje. He visto a gestoras con su chaleco verde enfrentando a tipos enormes, ayudando a personas mayores a conseguir una silla y siempre con la respuesta para el perdido.
Este grupo de funcionarios es de destacar porque son la única presencia de algo parecido a la autoridad en el sistema y han logrado, las mujeres sobre todo, el respeto de los usuarios.
Hasta hace una semana se logró renovar el convenio con la Policía para la vigilancia de buses y estaciones y ayer el alcalde anunció millonarios recursos para relanzar el sistema y mejorarlo.
Todo se ve espectacular en el papel, pero en la estación San Bosco, en San Pedro, en Universidades, los pasajeros esperamos más seguridad, más frecuencias, más cultura ciudadana, a ver si dejamos de ser la “ciudad de la furia”, como bien la llamó y la convirtió el actual alcalde.
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