Columnistas
La cultura del odio
Puede que el presidente Petro tenga adicción a una sustancia que desconocemos, como sugiere M. J. Duzán, o al café, como afirma él. La adicción, que sí está confirmada, lo dice Sergio Fajardo, es su adicción a las declaraciones altisonantes y al caos.
Año 2021, Lecturas en medio de la Peste. ‘La cultura del Odio’, de Mario Mendoza. “En una biblioteca de Bello, en Antioquia, al finalizar una conversación con dos escritores famosos de la región, un espectador pidió la palabra. Fue una intervención memorable. Habló, cómo desde niño le enseñaron a odiar”.
Odiar va creando además una personalidad narcisista que se va anclando cada vez con mayor fuerza en el yo. En una educación cuya base fundamental es el odio, nos alimentamos de él, no sabemos vivir sin su influjo contaminante y nefasto, pero lo peor de todo es que es muy fácil de contagiar. Lo único importante es lo que me pasa a mí. Yo soy el centro del mundo, nadie tiene la razón, el único que se da cuenta de la verdad soy yo.
Al leer la carta que la periodista María Jimena Duzán, quien no es de la oposición al gobierno, le dirige al Presidente para que se sincere con el país al cual gobierna, y toca ese tema tan repetido de la adicción, sobre lo que él responde que la única adicción que tiene es al café por las mañanas, y que acuden sus defensores a apoyarlo -la exministra de Salud, Carolina Corcho, y el expresidente del Senado, embajador hoy en Inglaterra- hay que recordar que él mismo, en su libro ‘Una vida, muchas vidas’, menciona, sobre su experiencia con las drogas cuando estaba en Bruselas, ante el estado depresivo en el cual vivía en aquella soledad, donde ni el idioma le servía para comunicarse, pues lo ignoraba. Por eso la exfiscal Viviane Morales, aceptando que pueda ser verdad lo que todos dicen y, tanto Presidente, como allegados niegan, le pide al Congreso que actúe, investigue y vea si tiene incapacidad para el ejercicio del cargo.
Puede que el presidente Petro tenga adicción a una sustancia que desconocemos, como sugiere M. J. Duzán, o al café, como afirma él. La adicción, que sí está confirmada, lo dice Sergio Fajardo, es su adicción a las declaraciones altisonantes y al caos. “Ahora las disidencias de las Farc van a meditar sobre la paz total. Todo es susceptible de empeorar”, escribió el también exalcalde de Medellín.
Carlos Antonio Lucio tiene un listado de lo que considera son mentiras plasmadas por Petro en su libro. “Hay una cantidad de incoherencias en el libro biográfico (...). En ese libro hay más que mentiras: mitomanía, megalomanías, facetas que nunca vivió y que no son ciertas para intentar mostrarse como un personaje que no es”, agregó.
“Se equivocan quienes creen que Gustavo Petro valora la generosidad y la amabilidad. En su condición humana cargada de resentimientos y complejos, él no puede hacer otra cosa que confundir la generosidad con la rendición y la amabilidad, con el miedo. Dos cosas que a él sí le gustan: que se le rindan y que le teman”, añadió Lucio en la columna de opinión.
He querido tocar estos temas anteriores, para darnos cuenta de que necesitamos un verdadero líder, que nos conduzca para salir de esta noche oscura en la que estamos, entre otras cosas, por esa educación en el odio en la cual hemos estado durante tanto tiempo y que ha formado personalidades, que lideran pueblos, que además de las frustraciones personales aprovechan las de las masas, para satisfacer sus falencias instaladas en sus egos depredadores y que tanto daño nos hace. Vuelvo a recordar la propuesta que en el prólogo de ‘soñemos juntos’ hace el papa Francisco: “Hace falta un movimiento popular que sepa que nos necesitamos mutuamente. Necesitamos proclamar que ser compasivos, tener fe y trabajar por el bien común son grandes metas que requieren valentía y reciedumbre, mientras que la vanidad, la superficialidad y la burla a la ética no nos han hecho ningún bien”.
Pero no quiero terminar esta columna, sin invitarlos a pensar en “el audaz proyecto de transcendantilidad que Cristo creó, con sus principios inteligentes y raros, cuando transformó aquel grupo de incultos galileos en una firme estirpe de líderes, que no tuvieran la necesidad de que el mundo girará en torno a ellos, que se vacunaron contra la competencia depredadora y contra las raíces del individualismo. Líderes que fueran fieles a su conciencia, que aprendieran a ser tolerantes y solidarios y que entendieran que el poder era un servicio a los otros, aun con el sacrificio de sus vidas”. (Augusto Jorge Cury – El Maestro de Maestros).
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