Columnistas
La leyenda maldita
Vale la pena recordar que nuestro famoso y querido Lago de la Babilla fue un humedal del cual los hermanitos se apropiaron y embellecieron, para el descanso de sus escoltas e informantes.
Cali definitivamente es una ciudad sin memoria. Las antiguas casonas de los hermanos Rodríguez Orejuela, capos de capos, que pusieron en jaque a Cali, reyes del narcotráfico, en su momento intocables y temidos, amos de equipos de fútbol, controladores de taxis, rodeados de escoltas, informantes, jefes del sicariato.
Sus casonas, impenetrables, de muros blancos, con sus piscinas, caletas para esconder dinero y joyas, salones de fiestas, jardines, estatuas, mármoles, obras de arte, sirvieron como testigos mudos de cruces de cuentas, planificaciones de rutas, venganzas, apoyo a políticos, orgías, borracheras, negocios nauseabundos, en que corrían millones de dólares, se compraban conciencias, autoridades, inmuebles.
Vale la pena recordar que nuestro famoso y querido Lago de la Babilla fue un humedal del cual los hermanitos se apropiaron y embellecieron, para el descanso de sus escoltas e informantes.
Pues bien, todas esas casonas y las de Ciudad Jardín, cayeron en manos de la Dirección Nacional de Estupefacientes, con sus respectivas extinciones de dominio y de todo ese lujo criminal solo quedan muros comidos por la maleza, el óxido, las ratas y esas energías negras y pesadas que flotan en lo que alguna vez fue el barrio más acogedor y bello de Cali.
No sé cómo, ni quién, ni cuándo, ni si es legal o ilegal, pero ver, comprobar, mirar que las casas de esos criminales se hayan convertido en un centro comercial llamado La Leyenda, es algo superior a mi psiquis.
Leyenda Maldita. Cali, ciudad sin memoria. Locales ya alquilados, con lujosas marcas y nadie dice nada, como si jamás hubiera sucedido nada, como si esos muros jamás hubieran existido y albergado toda la corrupción que destruyó la ciudad, y jamás volvió a ser la misma.
Los traqueteos siguen creciendo y esa metástasis criminal se extiende y se extiende.
¿Quién dio los permisos? ¿Quiénes son los dueños de La Leyenda? ¿Cómo es posible que Cali hubiera permitido construir en ese terreno maldito como su leyenda?
¿Quién le va a poner el cascabel a ese narcogato? ¿O nos vamos a abrir de patas obra vez, como lo hicimos cuando desde finales de los años setenta esa dupleta de hermanitos inició sus andanzas y nadie dijo nada? ¿También este Centro La Leyenda apareció de milagro “a nuestras espaldas”?
¿Las nuevas generaciones jamás sabrán esta historia? Asco en el alma es lo que siento cuando recorro esta calle. Me estremezco. ¿Seré la única?
Podrían haber diseñado un jardín, un parque regado con agua bendita cada día, para irle quitando ese sabor amargo a crimen organizado, a sangre, a escándalos y podredumbre.
¡Pero no! Ahora resultó que es la Leyenda. Un centro comercial de lujo. ¿Quién está detrás de todo? Ni idea, ojalá que los lectores de esta columna se acuerden de la verdadera historia y no la olviden.
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