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Francisco José Lloreda Mera

Columnistas

La muerte merecida

Hago parte de quienes se alivian con la muerte de ‘Iván Márquez’, de ser cierta.

9 de julio de 2023 Por: Francisco José Lloreda Mera

Parece que murió ‘Iván Márquez’. Salvo viva sabroso y con una identidad falsa en algún paraíso criminal o en la misma Venezuela. No murió en combate por cuenta de nuestras Fuerzas Militares; trasciende que habría sido por causa de heridas ocasionadas en un viejo atentado. Surge la pregunta de si es válido, de ser cierto, que muchas personas -y me incluyo- sientan un fresquito con su muerte o si es este un sentimiento reprobable.

Desde los albores de la humanidad se ha debatido si matar y por ende desear o complacerse con la muerte de otro, es admisible. Asunto difícil que no ha sido indiferente a ninguna organización social por primitiva o evolucionada que sea; en toda cultura, religión y Estado, ha sido y es una discusión compleja. No es para menos pues indaga y cuestiona sobre a quién y por qué le es permitido decidir sobre la vida humana, la propia y ajena.

El Antiguo Testamento, piedra angular del Cristianismo, religión predominante en el país, establece que “quien derrama sangre de hombre, su sangre será derramada por otro hombre, porque a imagen de Dios él hizo al hombre”. Prevalecía la Ley del Talión, la del castigo idéntico, del “ojo por ojo, diente por diente”. El Nuevo Testamento no la contradice, pero en varios pasajes indica que debe ser el Estado y no el individuo, “por causa de Dios”, quien lo determine.

No debe ser distinto: la justicia por mano propia conduce a más violencia. De ahí que en la mayoría de las naciones la violencia pueda ser ejercida, legítimamente, solo por parte del Estado. Todas las sociedades contemplan, sin excepción, con fundamento religioso o secular, situaciones en las que es permitido dar muerte a otro, bien en defensa propia, como sanción penal o para salvaguardar los intereses del Estado, incluso por medio de la guerra.

Debió ser entonces el Estado colombiano el que se ocupara u ocupe de ‘Iván Márquez’. Pocos criminales le han causado tanto daño al país. Secuestros, homicidios, extorsiones, tráfico de estupefacientes, desplazamiento forzado y reclutamiento de menores, son parte de su prontuario. Sin contar la traición al proceso de paz con las Farc del que fue artífice junto a otros de similar calaña como ‘Jesús Santrich’, quien yacería metros bajo tierra.

Es cierto que en principio nadie debe alegrarse de la muerte de otro, tratándose incluso de un ser abominable. Debe primar la misericordia y el perdón, reza la Iglesia Católica. Pero no nos llamemos a engaño; ¿No es natural sentir tranquilidad cuando un criminal de semejante ralea no estará en condición de seguir ocasionando tanto dolor y muerte? Lo extraño sería lo contrario, ser indiferente mental y emocionalmente ante ese hecho.

¿Alguien duda de la alegría que suscitó la muerte de Hitler y Mussolini, o la de Osama Bin Laden, o la de la mayoría de colombianos cuando cayó abatido ‘Raúl Reyes’ o el ‘Mono Jojoy’ o el propio Pablo Escobar? ¿Fueron sentimientos censurables? La vida no es un jardín de rosas. El mundo ha contado y cuenta con seres que han hecho y que procuran hacer el bien y que son mayoría. También ha estado y está plagado de canallas.

Hago parte entonces de quienes se alivian con la muerte de ‘Iván Márquez’, de ser cierta. Aunque prefiriera verlo caer en combate abatido por nuestras Fuerzas Militares o en prisión, sin consideración alguna, pagando hasta el último día por sus crímenes. Si eso me convierte en una mala persona, un desalmado, lo asumo. No tengo duda que muchos colombianos, quizá la mayoría, piensan y sienten lo mismo, aunque no lo digan. Y es comprensible: expresarlo no es fácil y recibe censura. La muerte, en algunos casos, es merecida.

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