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Paola Gómez
Paola Gómez | Foto: El País

Columnistas

La música de papá

Larga vida a esas melodías que nos conectarán por siempre con los que ya no están.

16 de junio de 2024 Por: Paola Andrea Gómez Perafán

Un amor que se me fue,

otro amor que me olvidó,

por el mundo yo voy penando.

Amorcito, ¿quién te arrullará?

pobrecito que perdió su nido,

sin hallar abrigo, muy solito va

Senderito de Amor, compuesta por Ventura Romero, en 1949, en la voz de Pedro Infante, era una de las canciones favoritas de don Alfredo Pazos Ángel, un tema que también fue un éxito en la versión de otro de sus ídolos, Julio Jaramillo, y en aquella que el gran Lisandro Meza, endulzó con su acordeón. Don Alfredo era un romántico coleccionista que también amaba los éxitos de la Sonora Matancera, Los Panchos, Los Hermanos Arriagada, la música andina la clásica, las tunas estudiantiles, los boleros; Benny More, Daniel Santos, Los Tolimenses, Roberto Carlos… todos cabían en su corazón.

Había nacido el 23 de septiembre de 1938, en Miranda, Cauca, y muy niño se enamoró de la música, gracias a su tío Leonardo Pazos, músico y compositor, creador del Orfeón Obrero en Popayán, una academia de música y enseñanza de instrumentos. En Guayaquil, Ecuador, estudió Medicina; allí conoció a Aída Álava Chávez, con quien se casó y de cuya unión nacieron Claudia, Ana Milena y Jorge Enrique. Sus hijos cuentan con orgullo que también amaba el ciclismo y los libros; de hecho, en 2014 publicó el suyo: ‘Siguiendo los Pazos, genealogías’ dedicado a varios grupos familiares. Un libro más se le quedó en el tintero.

Durante su vida coleccionó tantos discos, casetes, videos y memorias como pudo. Guardaba, también, los que en otrora las casas de medicamentos distribuían como eficiente estrategia de mercadeo. Eran los tiempos de Los 14 Cañonazos Bailables, que se esperaban con ansia cada Navidad, y de otras compilaciones, que ahora se conservan con nostalgia en los anaqueles de coleccionistas, para los que un buen vinilo, no tiene fecha de caducidad. Vinilos que nos hablan de lo que fuimos, somos y llevamos por dentro; nos transportan a momentos en los que fuimos felices, o a aquellos en los que nos ahogaba el llanto. Melodías que guardan historias con alguien que se fue, pero que siempre estará, gracias a esas letras y acordes: la amiga, el esposo, la hija, el padre…

El corazón de Alfredo dejó de palpitar el 15 de enero de este año, en la Fundación Valle del Lili. Su cuerpo se fue, pero su alma quedó en cada pieza musical que guardó de manera impecable, en su casa del barrio Pampalinda, que al final de su historia junto a Aída parecía tan grande. Con su partida vino la venta del lugar en el que vivieron 48 años. Su hija Claudia, quien hoy vive en Suiza, buscaba con sigilo que la música de su padre no se perdiera. Fue así como ella, ex vecina de mi mamá, me envió un dm al Facebook, para hablar de una herencia que cedía, tras ver las una y mil historias que comparto sobre la bendita música.

Un viernes en la tarde acudí al hogar de tantos años de don Alfredo, al que ya solo le quedaban sus pilas de discos, apiñados en un rincón del primer piso. Era el último adiós. Había decenas de ellos, guardados en sus bolsas de plástico, y protegidos por sus carátulas originales. Unos más pequeños, del mítico sello Victoria; así como discos compactos quemados, que la familia daba fe de su buen estado. Faltaban los casetes de tangos y boleros, a los que con mucho tacto les dije “no, gracias, no tengo cómo escucharlos”, pero una voz dulce y convincente exclamó: “Lléveselos, ahí hay muy buena música, qué pesar botarlos a la basura”, ¿Cómo negarse a la petición de doña Aída?

Dejé muchos conmigo y otros más los compartí con coleccionistas que saben de su valor. “Nos sentimos muy felices y agradecidos con todo lo que nos ha pasado en este último mes, logramos todo lo que mi papá hubiera querido en vida”, cuenta, emocionada, Claudia.

Su hermano Jorge Enrique, el encargado de entregar las joyas de su papá, revive entre sus recuerdos cómo alguna vez, escuchando melodías con su viejo, él le manifestó que por un tiempo estuvo muy, pero muy preocupado al pensar que su hijo no tenía gusto alguno por la música; pero que al final, en un viaje a Medellín, lo vio conversando con mucho interés con un vendedor en una tienda de discos y descansó. “En el año 97 yo estaba en décimo y quería los cd’s de una banda argentina; convencí a mi papá para que me prestara la tarjeta de crédito y así comprarlos por internet, porque acá no se conseguían; eso salió carísimo, yo supuestamente se los iba a pagar, pero al final me los regaló. Los conservo como grandes tesoros”, evoca ‘Kike’.

Seguramente, la familia Pazos hoy escuchará ese Senderito de Amor que tanto quiso don Alfredo. Y será un homenaje a su memoria, sus enseñanzas, sus muchos esfuerzos y todo lo que amó. Cuántas historias inolvidables se tejen en torno a la música de papá. Larga vida a esas melodías que nos conectarán por siempre con los que ya no están.

@pagope

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