Columnistas
La normalización de las conductas perversas
Colombia, según las estadísticas de la Interpol, ocupa uno de los lugares más altos del mundo en violación de menores.
Juliana Samboní tenía 7 años cuando fue secuestrada, violada y asesinada el 4 de diciembre de 2016. El hecho fue noticia nacional y mundial. En Colombia hubo gran rasgada de vestiduras por unos días y después todo se olvidó.
Muchos ingenuamente pensamos que tal revelación y rechazo a un hecho tan espantoso contribuiría a disminuir la violencia sexual contra menores de edad. Error craso. Por esas épocas Medicina Legal en Colombia recibía anualmente unas 15.000 quejas de violaciones de niñas y niños. En la actualidad hay alrededor de 20.000 casos anuales reportados. Muy seguramente los casos no reportados son muchos más. La impunidad en estos crímenes es la regla. El caso de la niña Samboní fue una excepción porque las cámaras del barrio donde la niña fue raptada, captaron las imágenes de la placa del vehículo, y el asesino fue a la cárcel.
Por todo lo expuesto resulta inconcebible que reggaetoneros populares sigan basando su éxito artístico y económico en apologías a la sexualización de menores. Es una realidad desafortunada de nuestros tiempos que la temática sexual grotesca y obscena sea algo que venda.
El material que abiertamente sexualice a menores de edad debería prohibirse y recibir el rechazo general. El efecto provocador de esas canciones tiene un impacto perturbador y altamente destructivo en el equilibrio de seres vulnerables.
Hay varios factores que ayudan a poner en contexto la gravedad de normalizar este tipo de canciones:
*Los niños y las niñas repiten estas canciones porque son populares y porque las cantan sus ídolos.
*En su ingenuidad, las menores pueden sentirse halagadas por mayores que se fijen en ellas.
*Los menores son seres vulnerables que no saben lo que estos mensajes significan, y esta dinámica, en sí misma, representa un grave daño a su equilibrio emocional.
*Repetir de manera automática la letra de estas canciones tiene un impacto subliminal (inconsciente) en los menores, lo que implica un grave riesgo para mentes en formación.
*En el caso de los niños, estas canciones pueden normalizar nociones machistas que refuerzan el ciclo de la violencia sexual.
*Este tipo de canciones distorsionan la mente de niñas, niños y jóvenes vulnerables que se sienten atraídos por el espectáculo, el ritmo contagioso y la fama de sus protagonistas, al tiempo que facilitan el camino a los pedófilos.
Lo que probablemente ocurre es que para muchas personas el contenido de estas canciones no se conoce, o se minimiza, o se consideran cadencias “chéveres” inofensivas. Es la normalización de actitudes y conductas perversas. La banalización del mal.
Mientras no exista una conciencia real de protección a la niñez como prioridad nacional y no se legisle de manera drástica para controlar estos contenidos, se seguirá estimulando el abuso de niñas que serán miradas como objeto comercial a todo nivel.
Finalmente, a los padres de familia recomiendo escuchar la música que estén oyendo sus hijos para que adquieran conciencia y dimensionen la magnitud del riesgo al que están expuestos sus hijos.
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