Columnistas
La palabra del año: charlatanería
Cuántas naciones, vecinas y lejanas, en tiempos remotos y en épocas recientes, han caído en la tentación de los charlatanes.
En 2024, el país entendió que su presidente es, ante todo, un hombre de discursos y palabras, desde una narrativa que muchas veces cruza las líneas de lo incendiario y la proliferación de la división. Es ese su rasgo que más emociona a sus seguidores y el que más nos preocupa a quienes observamos desde la tribuna.
Mientras el país enfrenta una situación tan compleja en materia de orden público, crecimiento económico y división política, es muy poco lo que un camino de discursos beligerantes y trinos confusos puede aportar a mejorar el clima nacional. Lejos de reconciliar o invitar a encontrar los puntos comunes que tanto buscan los verdaderos estadistas, la furia y los excesos que han definido la retórica del gobierno solo pueden enredar más la situación del país.
Porque además, como si se tratara de un falso dilema, para el gobierno pareciera ser el caso de una permanente discusión entre la retórica y la ejecución, en que esta última ha resultado la gran derrotada del cuatrienio. Un camino de agendas que no ejecutan, compensadas por discursos que buscan seguir radicalizando los ánimos de la ciudadanía, no será el que lleve al país a las reformas y transformaciones que necesita con urgencia. El abandono de la ejecución es otra inmensa señal de la ruta de promesas imposibles en que ha caído el debate en Colombia.
Ya conocemos lo suficiente del estilo político del actual gobierno, dos años y medio después de su llegada al poder, para saber que entre más inefectiva es su agenda y su capacidad de ejecución, más busca apelar a discursos y a dilemas narrativos que solo tienen como objetivo dividir. Mucho me temo que entre más se acerque la temporada electoral, más radical será el tono del gobierno, en busca de mantener el clima entre sus más fieles bases de electores.
A estas alturas, el presidente tiene perfectamente claro que sus entusiastas más convencidos no lo apoyan por lo que haga, sino por lo que diga. Hasta los principales defensores del gobierno saben que el presidente no construirá un tren elevado de Barranquilla a Buenaventura, ni convertirá a Ecopetrol en una empresa de inteligencia artificial, ni reemplazará los ingresos del petróleo con turismo. Ya ni siquiera su propio incumplimiento de sus promesas de campaña les preocupa, y esa es una de las mayores señales del grado de retórica y poca acción que ha definido a esta administración. Existe en Colombia una aceptación casi generalizada del incumplimiento cotidiano y la divagación permanente sobre obras y proyectos que así como surgen de la nada, en cuestión de días nadie recuerda que alguna vez estuvieron sobre la mesa. De hecho, lo sorprendente sería que alguna de esas promesas fuera cumplida.
Por eso, si hay una palabra capaz de definir la manera en que el presidente ha llevado al país al más excesivo borde de la retórica, la cátedra improvisada sobre todos los temas posibles y la búsqueda de profundizar las divisiones entre la sociedad, el término que mejor lo explica es la charlatanería, con todo el engaño e incertidumbre que trae en su significado.
¡Cuántas naciones, vecinas y lejanas, en tiempos remotos y en épocas recientes, han caído en la tentación de los charlatanes. Y cuánto les ha costado salir de esa ruta de división y de promesas incumplidas. Ojalá este proceso que atraviesa el país desde su caída en la melosa tentación de la charlatanería no sea tan largo como lo ha sido en destinos tan cercanos.
Posdata: ¡Feliz año nuevo y nos seguiremos leyendo en 2025!